Hace 33 años hoy, el 1º de septiembre de 1988, inició clases la Universidad San Francisco de Quito, USFQ, que para algunos de nosotros era un sueño, muchos tildaban de locura, y pocos tomaban en serio. Los bellos recuerdos incitan a diversas reflexiones, de entre las cuales escojo dos: la importancia de la USFQ, y el reconocimiento que le brindó nuestra sociedad.
Su mayor importancia radica en la apertura de oportunidades para miles de jóvenes. Primero, la oportunidad de ser recibidos por un grupo que no obstante sus pergaminos académicos entendía su misión con la humildad del método socrático. Sócrates se enorgullecía de ser hijo de partera, y decía que él hacía con las ideas lo que su madre con las criaturas: ayudarles a nacer. Nos dedicamos no a la arrogante tarea de “enseñar”, sino a la más aterrizada de invitarles a la reflexión, estimularles a que, en frase de Kant, se atrevan a pensar, y en frase que Werner Jaeger atribuye a Platón, “despierten las dotes que dormitan en sus almas”.
Luego, la oportunidad de abrirse a la amplitud del saber humano a través de las estructuras curriculares de las Artes Liberales que no les encasillan en solo una de sus ramas – Derecho, Medicina, Ingeniería – desde el primero hasta el último día de la carrera, y más bien les obligan a conocer algo de todo … matemáticas, historia, ciencias naturales y humanidades, economía, administración, las artes.
Me encuentro física o virtualmente, con alguna frecuencia, con mis estudiantes – no les describo como exestudiantes porque, como siempre les decía al despedirnos, una vez mi estudiante, siempre mi estudiante – o tengo noticias de ellos de varias fuentes, y me trae gran satisfacción ver tanta desenvoltura, pensamiento crítico, creatividad, solidez intelectual y ética, responsabilidad.
Tienta atribuirnos el mérito, o gran parte de él, pero son muchas las realidades que han confluido en tan valioso resultado. Una de ellas, que mirando hacia atrás es de especial importancia, es el reconocimiento y la confianza que nuestra sociedad ha brindado a la Universidad.
En medio de tanta zozobra y sentido de disfuncionalidad, que yo mismo he criticado tantas veces en esta columna, esta sociedad ha mostrado de muchas maneras que valora lo que la USFQ representa.
Refiriéndose a las protestas por las 2 hectáreas que se necesitan para instalar radares en el Cerro Montecristi, mi amigo Hernán Pérez Loose escribió hace pocos días en El Universo que “es como si el Ecuador de la decencia haya quedado arrinconado a vivir en apenas 2 hectáreas frente a la enorme superficie restante donde campea el caos, el desorden, la corrupción”.
Comprendo que así parezca, pero no, no estamos arrinconados. Dado el aprecio de nuestra sociedad por esos valiosos jóvenes, creo que estamos ampliando nuestro horizonte.