Nadie habría imaginado que al cumplir el primer año de gobierno de Lenín Moreno su compañero de fórmula, Jorge Glas, y otros altos funcionarios estarían en la cárcel. Y el fiscal general de la Nación, el contralor general del Estado y el presidente de la Asamblea Nacional, destituidos.
Tampoco que Moreno ganase, con holgura, una consulta que inhabilitó a Correa y designó un Consejo de Participación Ciudadana de transición para reinstitucionalizar el país. Han sido 12 meses de vértigo en los que se ha confirmado la enorme corrupción del correato, pero Moreno no ha sabido capitalizarlo a su favor. Un gabinete inconexo, con huella de ese pasado, ha terminado poniendo en dudas sus reales intenciones.
Nadie entiende que en la Cartera de Economía, cuya urgencia es conseguir nuevos créditos, haya puesto de ministra a quien, en 2009, declaró default, generando resquemores en los mercados. Y que esa misma funcionaria reniegue de las cifras del informe de la Contraloría sobre la deuda pública, en contra de lo que afirma su jefe, y concordando con Correa, el investigado.
Mataje mostró los entresijos de un gabinete incompetente para una crisis de esa envergadura. Renunciaron dos ministros pero se quedó la canciller que maneja su particular “agenda bolivariana” de política exterior, al tal punto que, en esos aciagos días, siguió su campaña para su candidatura a la ONU.
Desde la cárcel 4, Jorge Glas participa en un debate sobre la “judicialización de la política”, que se escenifica en la Asamblea, y al Ministerio de Justicia le parece normal. Por vergüenza o ausencia de liderazgo Carondelet guarda silencio.
La carencia de un operador político eficaz, capaz de anticiparse al movimiento de fichas en la Asamblea, ha sido un déficit sustantivo, a sabiendas de que morenistas y correístas se juntan o distancian, a su conveniencia. Y de que para lograr la gobernanza hay que poner al enemigo político fuera de juego en vez de entregarle la presidencia de las Comisiones Legislativas.
El respaldo del presidente Moreno al Consejo de Transición desactivó el complot que se gestaba en la Asamblea en su contra, al pretender someterlo a la Corte Constitucional, para que delimite su campo de acción, sin conseguirlo. Hoy, la mayoría lo apoya.
En el correísmo hay pánico a la evaluación del Consejo de la Judicatura, que sería su golpe de gracia, pues supondría revelar los concursos que se dicen “amañados”; elegir, después, jueces probos que sancionen a quiénes expoliaron al país, y arrancharles su instrumento de persecución y venganza. Esto o, quizá, la esquizofrenia de la política explicaría la frenética reacción de aquellos que guardaron silencio cómplice cuándo Correa pisoteaba la Constitución, y hoy se asustan porque el Consejo “podría sobrepasar el mandato del pueblo”.
Para Lenín Moreno depurar su gabinete es urgente, pero también lo es aplicar la “cirugía mayor a la corrupción”.