La Universidad Andina

¿Qué cuales son los santos de mi devoción? ¿Qué si a ellos recurro cuando el ánimo desfallece y no distingo con claridad las cosas? Numerosos, para cada ocasión: Atahualpa, Rumiñahui, Chimpuc Ocllo, Juan de Velasco, los Maldonado de Colta, Espejo, Rosa Zárate, Bolívar, Manuelita Sáenz, Montalvo, Alfaro, González Suárez, Juan Puma de Vivar, Benjamín Carrión, el Capitán Ortiz, J. Rubén Orellana. Iconoclasta como soy, tales personajes han salido bien librados de mis rigurosos términos de selección: aquellos que han contribuido a definir nuestra identidad. A contracorriente, pues, de los huayrapamushcas, los iberoamericanos hijos del viento -y también extranjeros como el viejo Marx-, que desde siempre y en todos nuestros países se han empeñado en despojarnos de todo antecedente que nos signifique dignidad a ser mantenida y defendida ante propios y extraños.

Que a Simón Bolívar se le encumbraba más mientras más enterrado se le tenía no hay la menor duda. Todo fue que Chávez con la espada de Bolívar en mano cortara por lo sano el saqueo de que era víctima Venezuela y con esos recursos se iniciara la unión energética sudamericana, para que los enemigos de quien nos dio la primera independencia salieran para rematarlo. Ni que decir tiene que fueron los caudillos bárbaros, productos de un entorno primitivo, los que nunca le perdonaron al Libertador que se empeñara en crear las bases que nos permitirían sumarnos a la revolución industrial que se iniciaba con fuerza en la Europa situada más allá de los Pirineos. Fue como despertarlos sobresaltados de una larga siesta: los cien años de soledad que se iniciaron con la expulsión de los jesuitas y la agonía de sus espléndidas bibliotecas.

El camino ha sido largo para nosotros los iberoamericanos. Cuánto nos ha llevado comprender que la educación, la ciencia y la cultura requieren de espacios libres de dogmas. Cómo nos ha costado asumir los rigores requeridos para romper las cadenas del subdesarrollo y la dependencia. Pese a todo lo vamos logrando, alentados por el pensamiento de aquellos santos de mi devoción.

Ahí está la Universidad Andina Simón Bolívar, una realización concreta. Profesores calificados de la región ofrecen allí sus saberes. Estudiantes de todos los países bolivarianos acuden a ese claustro liberal y limpio. De estándares elevados, tanto que es la primera universidad acreditada internacionalmente. Su rector, desde cuando fue fundada hace 20 años, Enrique Ayala Mora, de sólida formación académica, graduado de PhD en Oxford; socialista de toda la vida, de esos que están convencidos que tan solo se puede llegar a la justicia social en un ambiente de libertad, con razones tan pero tan poderosas como que esa meta significará un futuro esperanzador para todos.

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