Las elecciones de febrero de este año marcaron con claridad el sistema de partidos al que aspira la Revolución Ciudadana. Se trata de un modelo que tiende al unipartidismo, que busca el control mayoritario de todos los espacios de elección popular, gracias a un sistema de asignación de escaños que sobre representa a la mayoría, que elimina la posibilidad de consolidación de una segunda fuerza política y envía a todas las minorías al sepulcro.
El ensayo le salió al oficialismo a la perfección, cuando en las elecciones legislativas alcanzó un control absoluto del escenario parlamentario y con un 55 por ciento de la votación popular alcanzó un 73 por ciento de la representación en la Asamblea Nacional.
Los sectores de la oposición no entendieron lo que venía. Actuaron con las mismas premisas del sistema electoral anterior y la fragmentación marcó su comportamiento electoral. Se pensó en usar el evento eleccionario para acumular fuerzas, para ganar algún espacio de representación, para hacerse conocer. La competencia electoral por el poder fue dejada de lado y se impusieron estrategias de posicionamiento o sobrevivencia. El resultado de no haber entendido las nuevas reglas electorales, a las que se sumó un incipiente control a la información electoral, fue una aplastante derrota, reflejada en una presencia marginal en la Legislatura y la pérdida casi total de la iniciativa política.
En las elecciones seccionales de febrero de 2014 regirá el mismo sistema electoral con una similar estrategia del oficialismo. Trágicamente, las fuerzas ajenas al proyecto dominante parecieran querer insistir en el enfoque de 2013.
Se sigue pensando que las elecciones seccionales deben servir para posicionar liderazgos o también acumular fuerzas.
Así, no es muy difícil adivinar lo que ocurrirá: salvo contadas excepciones, que responderán a condiciones locales particulares, el oficialismo triunfará contundentemente a lo largo y ancho del país, la oposición resultará nuevamente derrotada y se consolidará el control total del poder por parte del Presidente. La tendencia al unipartidismo se consolidará; el pluralismo político será sepultado.
Hay una sola forma de evitar este desenlace que tendrá un impacto letal sobre la democracia ecuatoriana: encontrar acuerdos para presentar candidatos únicos en las elecciones unipersonales e, igualmente, listas únicas para los concejos cantonales y juntas parroquiales. Aquello, obviamente, respaldado por sólidos programas y propuestas de desarrollo local.
No hay otra salida; las estrategias de visibilización o acumulación de fuerzas ya no funcionan; ya no hay espacios para las minorías. El nuevo sistema electoral tiene una lógica implacable de concentración de la representación. Unirse o morir es el dilema de la oposición ecuatoriana.