‘Una de las contradicciones fundamentales es que, mientras la premisa de la vida económica es el internacionalismo o mejor aún el cosmopolitismo, la vida estatal siempre ha sido orientada por el “nacionalismo” y por el ‘”bastarse a sí misma'”. La frase pertenece a Antonio Gramsci (Cuaderno 17, 1933) y el escenario que se presentaba al autor era el de las grandes transformaciones que siguieron a la crisis de 1929-1930.
Hoy en día vivimos la era de la globalización y los procesos que Gramsci había intuido han desplegado su potencialidad más allá de la hegemonía del fordismo y del modelo estadounidense. En este tiempo del capitalismo financiero global, la crisis democrática vinculada a la pérdida de soberanía de los Estados parece haber llegado al límite del punto de ruptura.
No es casual que Europa sea el epicentro de esta crisis. Ante todo porque es en este continente donde la experiencia democrática de los Estados nacionales ha alcanzado el más alto nivel y ha logrado una feliz síntesis entre los derechos de la libertad individual y de la inclusión social, entre la participación democrática y la solidaridad.
Por ello, no debe sorprender que en esta parte del mundo que ha disfrutado, en particular en la segunda mitad del siglo XX, de un prolongado período de democracia y bienestar, hoy se advierta más agudamente la profundidad de la crisis y la ausencia de perspectivas.
Ha quedado en evidencia que, sin una efectiva coordinación de las políticas económicas de desarrollo, sin armonización de las reglas fiscales y sociales, y sin un significativo presupuesto federal de la Unión Europea (UE), la moneda única europea -el euro-, en vez de constituir el fundamento de una mayor integración, ha terminado por acentuar los desequilibrios y las desigualdades entre países con diferentes niveles de productividad y de competitividad.
La política ha estado ausente en la UE de estos años y, erróneamente, se ha tratado de sustituirla con el “gobierno de las reglas” (porcentajes, criterios y sanciones). Pero como dice Romano Prodi, las reglas son estúpidas sin flexibilidad y sin la libertad de una guía autónoma y legitimada por la capacidad de aplicarlas con inteligencia. El gobierno de las reglas y el dogma de la estabilidad monetaria condujeron al dominio de la ideología de la austeridad, que es hoy el obstáculo al crecimiento y la creación de empleo. Así se ha acentuado el carácter tecnocrático de la gobernanza europea, alimentando una creciente percepción de alejamiento y hostilidad en la opinión pública de muchos países. Tecnocracia y populismo se presentan hoy como las dos caras de la crisis democrática europea. No obstante la gravedad sin precedentes de esta crisis, esta puede ser la ocasión para un salto de calidad, a condición de un cambio sustantivo en las políticas de la UE. Esto significa orientar la acción comunitaria hacia el crecimiento y el empleo, tal como reclaman diversos gobiernos progresistas, como el de Francia. También el italiano puede contribuir en esa dirección.
Es necesario un mecanismo eficaz de solidaridad en relación al endeudamiento público que permita reducir los tipos de interés y contener las fuerzas especulativas en los mercados.