Al cabo de 12 años de acciones erráticas y fallidas, la oposición venezolana celebró exitosamente sus elecciones primarias y designó a Henrique Capriles como el candidato de unidad para las elecciones generales del 7 de octubre próximo. Si bien el Gobierno de Chávez ha despreciado y minimizado el evento bajo la tradicional arrogancia que caracteriza a los socialistas del siglo XXI, la unificación de las fuerzas opositoras bajo una sola fórmula electoral despierta, por primera vez, la esperanza de derrotar a la dictadura instalada en Miraflores. Parecería que los propios venezolanos han encontrado, finalmente, el antídoto para combatir la grave epidemia autoritaria que se incubó en su país y luego se propagó hacia otras naciones del continente.
En estas elecciones primarias, abiertas a todos los ciudadanos venezolanos, participaron alrededor de 3 millones de votantes, es decir, un 17% de los electores registrados. El proceso otorga al vencedor una base electoral muy importante y legitima socialmente su participación en la próxima contienda con Chávez. La estrategia de Capriles busca no antagonizar directamente con Chávez y ubicar su propuesta en un espacio de centroizquierda para penetrar en las clientelas políticas controladas por el Gobierno. Su mensaje apunta a combatir la sangrienta criminalidad que desgarra la sociedad, la imparable espiral inflacionaria y la escasez de productos básicos que golpean la economía y, sobre todo, el clima de confrontación que sofoca a los venezolanos. En un país en el que un tercio adora a Chávez y otro tanto lo aborrece, los ni-nis –ni con Chávez ni con la oposición- son los grandes electores a los que Capriles deberá acudir para aspirar al triunfo. Su reto es inmenso: vencer a un dictador que dispone de ingentes recursos económicos, un gran aparato propagandístico y el control de las funciones del Estado. Más allá de la aritmética electoral del 7 de octubre, no es aventurado afirmar que nos encontramos frente al comienzo del fin de la era chavista; un fin, por cierto, nada halagüeño, ya que los revolucionarios bolivarianos se resistirán a dejar el poder de manera limpia y pacífica.
La oposición ecuatoriana debería realizar una atenta lectura del proceso político venezolano que dibuja el camino por el que transita nuestro país a paso veloz. Infelizmente, sus líderes y figuras no terminan de comprender que estamos en una coyuntura crucial que exige deponer apetitos y vanidades en función de la recuperación de la democracia, un interés superior que obliga a los “autoproclamados precandidatos” a seguir una línea conjunta. Si la oposición ecuatoriana no tiene la capacidad de descifrar el momento histórico de nuestra sociedad y no deja las ambiciones y personalismos de lado, Alianza País y su proyecto totalitario merecen la victoria en el 2013.