Buena parte de las organizaciones políticas que tienen registro electoral han encendido los motores de cara al proceso electoral del 2017. Del lado de la izquierda, partidos, movimientos y grupos sociales (aparentemente no identificados con el actual Gobierno) han comenzado a dar los primeros pasos para conformar un frente de unidad.
Se busca que hasta el 31 de abril se pueda articular un plan de gobierno, que permita dar cohesión a la tendencia y convertirse en un referente importante para las elecciones del próximo año.
La tarea es cuesta arriba, no solo por la predisposición que siempre ha existido en los grupos de izquierda a la confrontación o al afán de protagonismo de ciertas figuras políticas, sino fundamentalmente porque después de 10 años de gobierno de la revolución ciudadana, la tendencia ha quedado maltrecha. Es decir, Rafael Correa, con su mal manejo de la crisis, el abuso de poder, el derroche irresponsable de los recursos del Estado, así como al invitar de modo recurrente a la confrontación y división social del Ecuador, se convirtió en el principal sepulturero de su gobierno y, en consecuencia, de la tendencia de izquierda.
Es cierto que el gobierno de Correa tiene muy poco del color rojo. Se parece más a un régimen neoconservador, reaccionario, autoritario, despótico y poco transparente, con importantes rasgos populistas.
Sin embargo, todo lo que han hecho como gobierno de “izquierda” comienza a pesar en la conciencia de los ecuatorianos más en sentido negativo que positivo. Aunque se aprecia la intención de vincular a organizaciones sociales y de nuevamente utilizar a los indígenas para darles cierta legitimidad social, veo sumamente difícil convencer a los electores que la unidad de las izquierdas va a ser diferente del correísmo.
El viento a nivel regional no sopla a su favor. El péndulo va en sentido contrario. No hay un giro a la izquierda de los gobiernos nacionales y locales. Es al revés. A esto ha contribuido no solo la mala o pésima gestión económica de los gobiernos “progresistas” de Dilma Rousseff, Cristina Fernández de Kirchner y Nicolás Maduro, sino a los escandalosos casos de corrupción.
Con estos antecedentes, ¿se puede nuevamente confiar a una tendencia de izquierda los destinos de una nación? ¿Qué nos garantiza como ciudadanos que los próximos “líderes” no van a ser más corruptos que los anteriores? ¿Van a incluir en su plan de gobierno recetarios ideológicos reciclados y caducos de los años sesenta o setenta? ¿Qué van a proponer para salir de la crisis económica? ¿Qué tipo de democracia plantean? ¿Qué piensan de la Constitución de Montecristi? ¿Son conscientes que buena parte de los abusos y atropellos que hoy vivimos tienen su origen en esta Constitución? ¿Qué piensan del Quinto Poder? ¿Qué van a hacer para darle independencia al poder judicial? ¿Van a fiscalizar los presuntos casos de corrupción?
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