La politización integral de la sociedad, su movilización permanente en torno a caudillos o ideologías, es vieja estrategia de los totalitarismos. Con ese método se somete a la gente a una agenda, se afianza la dependencia, se eliminan las libertades, se envenena la cultura y se reduce el horizonte a lo que el dirigente diga y a lo que sus cortesanos hablen.
Una breve incursión por los medios de comunicación y por el mundo de la red permite constatar que, en el Ecuador, la política de coyuntura -la politiquería- y las huellas del populismo, agotan la realidad dominante; que nada está libre de sus tentáculos; que prosperan como hongos las especulaciones y toda suerte de teorías sobre semejantes temas; que abundan las confusiones; que la democracia está enredada; que el Estado de Derecho es un galimatías, y que hemos llegado a un momento en que requiere más claridad, menos protagonismo y menos novelería.
La opinión pública ha sufrido en estos años un empobrecimiento innegable, que, involuntariamente, ha obrado en línea con la politización y la estatización impuestas desde el poder para someter a la sociedad y construir un mundo de acomodados, temerosos y obedientes. Casi nadie escapa a ese fenómeno que ha transformado a la democracia en un régimen que, en lugar de ciudadanía, genera dependencia, y en el que se advierte una peligrosa aproximación al discurso de Mussolini: “todo dentro del Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado.”
En efecto, es casi imposible marcar distancia frente a la política coyuntural y sus personajes, y alejarse de esa de “cultura de comisaría” que satura y empobrece, que ha erosionado el Derecho y la ética pública y que envenena las instituciones. “La política lo infecta todo y crea en el seno de las familias y en los propios ciudadanos un tipo de derivas que no se hubieran dado jamás sin esa fuerza corruptora que es el poder político”, dice Vargas Llosa en “Conversación en Princeton”, texto en el que los diálogos sobre literatura conducen a reflexiones sobre la dictadura, el periodismo, la censura y el papel de los intelectuales, y sobre la función de la mentira, esto es, de “lo políticamente correcto”.
La táctica de la politización integral a través de la propaganda ha dado frutos. La presencia abrumadora de la politiquería ha expropiado el pensamiento y nos ha sometido al yugo de lo que los gobiernos proponen, de lo que los caudillos hablan. Esa erosión está liquidando ideas como democracia, república y Estado de Derecho. Un ejemplo es lo que ocurrió cuando verdaderas legiones de “enterados” opinaron maravillas sobre la Constitución de 2008, y se negaron a admitir lo que es: un peligroso esperpento, una herramienta de dominación.
¿Será posible pensar desde fuera de la agenda del poder?
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