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Desde la perspectiva humanista que pone al ser humano en el centro de nuestros sistemas de valores, nos une a muchos un conjunto de objetivos sociales claros: los positivos incluyen libertad, respeto mutuo, solidaridad, inclusión, apertura de oportunidades y paz; los negativos incluyen el rechazo a los abusos, a los desprecios y a la marginación. Cuando los debates sociales y políticos parten de esas bases comunes, pueden llegar a importantes consensos para satisfacer esos objetivos, como los que vemos hoy en las sociedades escandinavas o en Nueva Zelanda, y vimos en Estados Unidos durante sus primeros dos siglos, en España después de Franco, en Chile después de Pinochet.
Por otro lado, nos separan con frecuencia dos tipos de fenómenos, unos conceptuales, los otros afectivos.
Entre los conceptuales está, sobre todo, la incoherencia, natural consecuencia de la deshonestidad intelectual. Hay quienes defienden, como yo, la libertad, pero solo la libertad económica, no la política ni la social, como los pinochetistas que defendieron, y el actual régimen chino que defiende el mercado, pero no tienen problema con prisión y muerte para el disidente. Hay quienes, como yo, defienden el derecho de los pobres a salir de la pobreza, pero se niegan a reconocer la evidente realidad de que son las economías de mercado las que les permiten hacerlo, y en consecuencia generan miseria, aferrados a su ideología marxista y anti-capitalista. Hay quienes defienden, como yo, la democracia, pero son racistas y pretenden que “los blancos” o, con cierta condescendencia, “los blanco-mestizos” son superiores a los indígenas o a los afro-descendientes y, en consecuencia, tienen derecho a despreciarlos, abusar de ellos, burlarse de ellos y marginarlos.
Entre los fenómenos afectivos, los más claros son los resentimientos sociales y la no voluntad de asumir responsabilidades. Cabe distinguir entre detonantes, coadyuvantes y causas. El detonante de la reciente violencia en el Ecuador fue el decreto de eliminación de subsidios a los combustibles. El mayor coadyuvante fue la desesperación de Rafael Correa y sus secuaces, apoyada desde Caracas, La Habana y Moscú, por tratar de recuperar el poder y someternos a su tiranía. Pero las causas subyacentes fundamentales estriban en el hecho que no logramos dejar de ser una sociedad con altos índices de racismo, clasismo, autoritarismo, intolerancia, irrespeto, abuso, pobreza, carencia de oportunidades –todo lo cual genera, entendiblemente, profundos resentimientos– y en la cual, además, no asumimos con coherencia y honestidad intelectual la responsabilidad de generar cambios para volverla una sociedad en la que sí primen la libertad, el respeto mutuo, la solidaridad, la inclusión, el bienestar económico, la apertura de oportunidades y la paz.