Los creyentes, y muchos ateos también, creen que no puede haber un código moral si Dios no existiera. Esta certeza la resumió Iván, en “Los hermanos Karamazov”, la novela de Dostoievski, con una frase famosa: “Si Dios no existe, todo está permitido”.
Quienes profesan una fe –cristiana, judía, musulmana– creen que Dios determina lo que está bien y mal; y que esos dictámenes deben ser obedecidos porque son de origen divino. Si Dios no existiera esas normas ya no serían principios absolutos sino versiones interesadas solamente; códigos inventados por alguien, para controlar a otros, como dice Nietzsche en “Genealogía de la moral”.
En teoría, Ecuador es un país mayoritariamente creyente, pero nuestro comportamiento moral ha dejado mucho que desear. Recuerdo, por ejemplo, que Rafael Correa se hacía retratar arrodillado, con la manos juntas y los ojos cerrados, en actitud de oración, comiendo una hostia de manos de un sacerdote.
“¡Soy católico practicante!”, decía Correa, pero ya hemos visto que aquella proclama altisonante no impidió el reguero de corrupción y mentiras que dejó su Gobierno. ¿Por qué pasó esto?
Seguramente porque la religión ha dejado de ser una guía de comportamiento para convertirse en una suerte de filosofía “light” que ayuda a los creyentes a sobrellevar mejor sus días difíciles.
Si Dios ya no es autoridad moral habría que pensar en códigos de comportamiento cuya legitimidad sea humana y no divina. Eutifrón –un místico ateniense– decía que “lo santo es lo que es agradable a los Dioses, e impío lo que les es desagradable”, a lo que Sócrates contestó: “¿Lo santo es amado por los dioses porque es santo, o es santo porque es amado por ellos?”. He ahí el quid del asunto: si pensáramos que hay principios que deben ser honrados no porque son mandamientos divinos sino porque tienen un valor intrínseco para los seres humanos, entonces tendríamos la posibilidad de crear un código moral que pueda ser respetado por la mayoría.
No robar, por ejemplo, es un principio “santo” –como diría Eutifrón– pero no porque unos dioses “amen” aquel principio sino porque es un comportamiento esencial para una convivencia humana digna.
Si los mandamientos de origen divino o la amenaza de un castigo después de la muerte ya no sirven para inducir un comportamiento moral, tal vez la noción de dignidad sí pueda hacerlo. Es humano y digno quien no roba, por ejemplo. Y también es digno porque se comporta así gracias a sus convicciones y porque se respeta a sí mismo, en primer lugar.
El mayor reconocimiento que podrá recibir será el suyo propio, porque sabrá que se ha comportado como un verdadero ser humano y no como un esperpento desesperado por tener poder y dinero.