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No sé en qué anduve pensando ni entiendo cómo no se me ocurrió antes: propongo que todos los dueños de autos privados cerremos las vías del país para demandar la libre circulación a cualquier velocidad y que no haya controles.
Tenemos las de ganar, pues no somos tan machos pero en este caso sí somos muchos, muchos más que la clase del volante. De hecho, bastaría que algunos de nosotros nos pusiéramos de acuerdo para cerrar todas las vías y obligar a unas asustadas y politizadas autoridades a recibirnos para ‘dialogar’.
Podríamos pedir lo que se nos antojara. ¿A qué velocidad quiere ir usted? A mí me gustaría que quiten los radares para no tomarme la molestia de dispararles o de reducir la velocidad, que no haya esas odiosas revisiones técnicas jamás, que no se cobren matrículas ni multas, que los agentes no fastidien y que podamos agredirlos cada vez que se nos venga en gana. Ah, y que perder los puntos de la licencia de conducir no signifique nada.
Es posible que, como estamos en época preelectoral, hasta nos den credenciales del movimiento político y nos ofrezcan alguna concejalía o una prefectura. Sí, sí, a nosotros, que todavía no nos habíamos dado cuenta de la fuerza de nuestros propios volantes.
Quién sabe si hasta nos tomen en cuenta para los comicios generales del 2021. No nos caerían mal unas curules a nombre de la agrupación Pendejos (Personas Enredadas en Naderías y Dispuestas Eternamente a Jorobarse la vida por Obedecer a unos Segundones).
Como la idea ya me está gustando, se me ocurre que podemos unirnos a los dueños del transporte pesado y de buses de servicio público y decretar que no importa para nada que la gente siga muriendo en accidentes viales o quede con secuelas de por vida.
Asimismo, podemos declarar que las carreras entre buses semivacíos a todo lo ancho de las calles de Quito no son un problema y no aumentan la insoportable contaminación, sino que más bien son un atractivo turístico de la ciudad. Al fin y al cabo, somos parte de los destinos de turismo de aventura, y las emisiones del diésel se pueden confundir con las fumarolas de cualquiera de los colosos de la ruta de los volcanes. De algo hemos de morir.
Si damos este paso juntos, les ahorraremos a los transportistas profesionales la difícil tarea de bloquear una provincia tras otra (recién van dos: Carchi e Imbabura), y que los taxistas se priven de sus ingresos por tener que paralizar el servicio en varias ciudades.
Seamos comprensivos también con las autoridades, hasta que se decidan a actuar o hasta que decidan quién debe actuar. Muy ocupados están ahora persiguiendo a choferes que atraviesan los parques, derrumban los muros o, simplemente, impiden que un auto sea detenido. La solidaridad y la comprensión, al fin y al cabo, se deben inculcar, sobre todo en esta época de amor cuántico.