Mario Vargas Llosa, en ‘El pez en el agua’, comparó las actitudes de Raúl Porras Barrenechea y de Luis Alberto Sánchez frente al proceso de investigación. Porras Barrenechea, con quien trabajó durante cuatro años, desde 1954 hasta 1958, fue siempre un ejemplo de rigor, seriedad y responsabilidad. En sus escritos, cuando daba un dato o realizaba una cita, procedía con extraordinaria meticulosidad. “Porras tenía el fanatismo de la exactitud y era incapaz de afirmar algo que no hubiera verificado”, expresó. “Cada conferencia era un formidable despliegue de conocimientos sobre el pasado del Perú y las versiones y lecturas contradictorias que de él habían hecho los cronistas, los viajeros, los exploradores, los literatos…”
¿Por qué he recordado otra vez estas opiniones del novelista peruano? Al leer en este diario un comentario sobre ‘Últimas noticias del nuevo idiota iberoamericano’, de Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa, busqué el libro y comencé a revisarlo, como era presumible, por las escasas páginas dedicadas a nuestro eximio gobernante. Mi decepción fue total. El análisis es simple, superficial, deshilvanado. No aporta ninguna idea original ni un dato nuevo y, por el contrario, incurre en errores elementales que demuestran una absoluta falta de información y un inaceptable desconocimiento de los hechos y las características del proceso que nuestro país ha padecido durante los últimos siete años.
El investigador -periodista, historiador, ensayista, crítico literario, catedrático o politólogo-, al publicar sus textos debe actuar con prolijidad y extrema minuciosidad, verificando todos los datos y recurriendo, para mayor seguridad y certeza, a las fuentes y documentos originales. La responsabilidad que adquiere frente a sus lectores es inmensa. Un dato incorrecto, además de disminuir el valor intrínseco de su esfuerzo intelectual, puede inducir a la equivocación. Esta obra carece de bibliografía y, por tanto, es imposible conocer las fuentes -libros, revistas, periódicos, informes, entrevistas- que los autores han utilizado para hacer su análisis. El resultado es insustancial e incompleto, parcial y lleno de vacíos.
¿Cómo es posible que un texto plagado de lugares comunes y frases hechas pueda tener un innegable éxito editorial? A pesar de afirmar que Rafael Correa “padece una aguda confusión moral” (que no es lo mismo que carecer de ética política), atenúan la crítica a sus “comportamientos autoritarios” porque “tienen su origen en la peor tradición política y cultural del país” y elogian su “acierto” por “no sucumbir a las exigencias de los ecologistas” y decidir “explotar los yacimientos del Parque Nacional Yasuní”. La crítica, que pretende ser dura, por errores y vacíos, por asertos falsos, por su incuestionable lenidad, deja casi indemne el ominoso proceso autoritario de la ‘revolución ciudadana’.
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