Columnista invitado
Hace unas semanas les había comentado que, salvo para algún ingenuo, el proceso de desenganche del Reino Unido de Europa, el ‘brexit’, no iba a ser fácil, ni cómodo, ni rápido, y que el resultado electoral en algunos países —Francia en particular— iba a determinar el contenido, los modos y el ‘tempo’ de las negociaciones. Y así ha sido.
Desde el RU no se vislumbra una posición común, especialmente dentro del propio partido conservador, en el que la Sra. May, tras perder la mayoría absoluta, no acierta a poner orden en sus propias filas, con el ‘halcón’ Johnson por un lado —ruptura total y negociación de un nuevo acuerdo—, y por otro por el Ministro de Hacienda, Philip Hammond —quien bajo ningún concepto quiere alejarse del mercado único—; y no crean ustedes que hay desconcierto menor entre los laboristas. No es de extrañar pues que el negociador británico, David Davis, haya sido cuestionado por el Presidente de la Comisión Europea por lo que parece una falta de compromiso con un proceso negociador todavía estancado. Europa, frente a lo que pudiera parecer, se ha constituido como un bloque sólido, en el que crece la economía, baja el desempleo y en el que agendas hasta ahora distantes (defensa) empiezan a estar encima de la mesa.
Tres son los principales puntos de desencuentro: la aportación financiera del RU al presupuesto comunitario, establecida por Londres en 23 000 millones €, que Bruselas lleva hasta los 60 000; las fronteras en Irlanda —Londres no quiere aparataje alguno entre las dos Irlandas que pueda revolver un avispero político hoy bajo control, pero que sería la puerta abierta a la migración—; y Bruselas no acepta las limitaciones británicas a la circulación de ciudadanos europeos, y mucho menos con eventuales discriminaciones. En definitiva, choque de trenes entre los que quieren libertad de mercado, pero no de circulación de ciudadanos, y los que entienden que no es posible una cosa sin la otra.
Con las espadas en alto se esperaba la intervención de la Sra. May en Florencia, con el deseo de que perfilase de una vez la posición británica. No ha habido sino matices, en clave europea y en clave interna: quiere que el proceso de salida sea ordenado —un ‘brexit’ blando—, proponiendo un periodo de transición de dos años a partir de la salida (29-3-19); ha pretendido adornar el tema migratorio, proponiendo fórmulas temporales, pero con control; quiere seguir accediendo al mercado europeo como hasta ahora, pero sin migrantes, y con un modelo a la carta; y dijo no tener respuesta al problema fronterizo entre las dos Irlandas. Poco fuelle para negociar, porque la UE quiere establecer el acuerdo de desconexión, analizar después la eventualidad de un plazo adicional y solo entonces negociar el nuevo status, y así se lo ha hecho saber ya al RU.