En la búsqueda de explicaciones a la crisis de Ucrania y el reparto de acusaciones se destacan varios aspectos. En primer lugar, se enfatiza en la estrategia de Rusia, liderada por Vladimir Putin, de no permitir que su proyecto de una Unión Euroasiática sea amenazado.
También se alude a la distracción de Estados Unidos, con el presidente Barack Obama más preocupado en otros escenarios (Siria, Irán) e insistiendo en no liderar en ciertos teatros y en esperar a influirlos “desde atrás”.
Paradójicamente, la crisis de Ucrania revela la acción de un protagonista que apenas es mencionado de forma frontal en los análisis: la Unión Europea (UE). Resultaría curioso comprobar que en el desarrollo de la búsqueda de una solución, el papel de la propia UE resulte evidente.
Una revisión rigurosa de la historia descubre simultáneamente la doble dimensión de la UE, como modelo activo de integración y, al mismo tiempo, como débil protagonista de iniciativa en política internacional.
Desde la fundación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero en 1951, como resultado de la llamada Declaración Schuman, de mayo de 1950, la motivación de la integración ha sido la seguridad, propulsada por mecanismos económicos.
El origen de la presente crisis se debe, fundamentalmente, a la atracción de la UE como zona de paz, estabilidad, progreso y protección de derechos básicos. Sin embargo, en la búsqueda de una solución, el bloque se ha mostrado colectivamente más carente de iniciativa y mecanismos convincentes de liderazgo.
Frente a la contundencia de las acciones rusas, ha sido EE.UU. el protagonista que ha enderezado la situación, acompañado con cierta prudencia por algunos Estados de la UE, como el caso obvio de Alemania.
Las motivaciones iniciales de Ucrania obedecieron a las expectativas de lograr un acuerdo sólido de asociación con la UE.
En los planes de Kiev, alentados desde Bruselas, se destacaba el tradicional “poder de reclutamiento” de la UE. Este primer paso le hubiera dado el estatus prioritario para conseguir los beneficios reforzados de la “política de vecindad” de la UE, extendida a Estados limítrofes. Para algunos de ellos, como es el caso de Ucrania, le concedería una ventaja considerable para optar, algún día (aunque fuera lejano), a la condición de candidato para una completa pertenencia.
Esta expectativa siempre ha estado detrás de las motivaciones y estrategia de numerosos países que, en diferentes épocas, han tenido en el centro de su agenda formar parte de la UE. España y Portugal procedieron a un estricto ejercicio de transformación y actualización de sus estructuras económicas, con grandes sacrificios, para insertarse en la entonces llamada Comunidad Europea de mitad de la década de los 80.
Al final de la Guerra Fría tuvo lugar una carrera frenética para la incorporación de los países del este, anteriormente bajo la órbita soviética.