No es novedad que la política, en tiempos donde la tendencia a la “personalización” es cada vez más evidente y la primacía de la imagen parece no tener retorno, viene deslizándose progresivamente hacia el espectáculo.
Política y espectáculo se cruzan hoy en metáforas televisivas.
Es por ello que series como “House of Cards” o “Designated Survivor” –por citar algunas de las más exitosas de los últimos tiempos- no sólo conquistaron nuestro tiempo libre sino que han transformado en entretenimiento muchas de las estrategias propias de la comunicación política.
En este marco, los guiones de “ficción” dejan al descubierto cómo se desactivan crisis, se construyen candidatos, se intenta persuadir y/o manipular a la opinión pública, cómo impactan hechos y decisiones en la imagen de presidentes.
La creciente importancia de las nuevas tecnologías de la comunicación y la información, son preponderantes entre tantos otros temas que hasta hace algunos años permanecían lejos del ojo del espectador.
Ante este fenómeno caracterizado por el creciente interés de las audiencias en este género de ficción, varios interrogantes se imponen:
¿Por qué será que este tipo de contenidos tiene tanto éxito en coyunturas de apatía y desencanto ciudadano con respecto a la política? Y, ¿en qué medida se redefine la percepción ciudadana de la política con este tipo de series?
¿Será que esta revelación del backstage de la política expone a los dirigentes a un mayor descrédito?
Pero no culpemos a la industria del entretenimiento por el escepticismo y el descreimiento ciudadano.
No olvidemos que cuando las luces de las cámaras se apagan, la política debe poder brindar respuestas concretas a las demandas y expectativas que los ciudadanos tienen en la vida real.
Y para ello, la comunicación política tiene mucho que aportar, no sólo con el fin de “ganar” una elección sino también de “gobernar” con éxito.
En política, tanto en el gobierno, en la oposición o en el marco de una campaña electoral, es imprescindible tender aquellos puentes necesarios para interpelar al electorado y hacer llegar los mensajes a la ciudadanía de manera mucho más efectiva.
En este sentido, la comunicación resulta una herramienta cada vez más decisiva para “afinar” el sentido de la escucha que hoy es sin duda indispensable en el camino de reconstruir la legitimidad de la política.
Esa legitimidad está en gran medida extraviada en la profunda brecha de confianza existente entre la dirigencia política y los ciudadanos.