La primera vez que visité la ciudad de Gramado en Rio Grande do Sul – Brasil, quedé maravillado en las fábricas de chocolate, donde enseñaban los pasos e ingredientes para elaborar esta delicia que apasiona al planeta. En otro viaje a la misma región, un día me invitaron a visitar un alambique. Rechacé ya que no bebo alcohol, pero al decirme que ahí instruían cómo elaborarlo, acudí de inmediato y aprendí a fabricar alcohol etílico de 80 grados.
En Costa Rica me invitaron a cocinar -con delantal y gorro-, una sopa de papa china, con leche de coco y camarones; platos que en Ecuador recién estamos experimentando y por fin ponemos en la misma mesa: la papa china que se cultiva en la Amazonia y los camarones en la Costa.
Ecuador está atrasado en este tipo de turismo que preferentemente se vincula a lo gastronómico y en la mayoría de sitios nos venden el producto, pero justifican que la receta es “secreta” y ha estado por décadas en la familia, lo que genera un sabor agridulce.
El turismo de procesos tiene dos fundamentos: el sitio y lo artesanal. Solo se vende donde se fabrica: se trabaja en función de destino. El producto no se comercializa en supermercados o tiendas, por lo que es imprescindible ir a la ciudad y lugar de fabricación, donde se ponen en valor los ingredientes -usualmente orgánicos-, su procedencia -agricultores locales- y más características que animan a comprar … a buen precio.
También son artesanales. Ahí es cuando necesitamos evolucionar los conceptos. En Brasil, en cualquier proceso, la parte dura la hacen las máquinas y la artística o creativa: la gente. Así se producen cantidades rentables y se crean nuevos puestos de trabajo. En Ecuador, “artesanal” significa que no fue tocado por máquina alguna y que todo fue “hecho a mano”. Esto encarece el proceso, dispara el precio del producto y decanta en autoempleo.
Baños de Agua Santa, siempre vanguardista, ha incursionado en este turismo de procesos que enseña, entretiene e invita a visitar este bello destino de naturaleza.