El desastre derivado de la crisis del sistema político a inicios de los noventa, generó en Venezuela un desengaño y el hechizo hacia el mensaje redentor de Hugo Chávez, quien intentó un golpe de Estado contra Carlos Andrés Pérez. El régimen de Rafael Caldera la concede una amnistía y el coronel, accede por las urnas al poder en 1999. Permaneció tres periodos hasta su muerte por cáncer. Más los tres periodos de Nicolás Maduro, Venezuela ha sido destruida en un cuarto de siglo. Uno de los países más ricos del mundo, ahora es tragedia y desolación.
Venezuela se ha convertido en otra tumba de la democracia en América Latina. De lo que es la democracia no queda nada. El populismo autoritario envenenó las instituciones, destruyó la cohesión social, desmembró la sociedad, la contagió con el crimen organizado y las bandas internacionales del delito, dejando un lúgubre escenario de ruina y dolor. La crisis migratoria es peor que la de Ucrania o Siria, dos países en Guerra.
Chávez era más cercano a su clientela, con cierta imagen de apertura, hábil retórica, carismático y cuidaba las formas. Mientras, Nicolás Maduro, incondicional y favorecido como su heredero político, es iletrado y burdo, rústico e irreflexivo. No cuida las formas. Extrae provecho de su chabacanería. Dice haber conversado con Chávez que se presentó como un pajarito, que Jesús multiplicó los panes y los penes, que él reparte libros y libras.
Su desmesura no límite. Fusionó al Estado con su partido. Repartió canonjías y privilegios a militares. Tejió una estrecha relación con el narcotráfico. Maneja la justicia, al CNE y todo lo demás. Arrasó con los medios de comunicación, ahora silenciados. Armó bandas paramilitares; en el extremo de la escasez y miseria, los bonos y raciones de comida, solo reciben quienes le apoyan. El resto que encuentre algo en la basura.
La dictadura de Maduro fustiga, intimida, persigue, detiene, recluye y tortura a todo aquel que se atreve a cuestionar algo. Hay centenares de presos políticos. Miles de detenidos por protestar. Tenebrosos son los centros de tortura, de los que destaca El Helicoide, en Caracas, un antiguo centro comercial y ahora sede del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional. Allí, en el quinto subsuelo, el martirio de cuerpos destrozados y los gritos desgarradores de agonía se silencian por la truculencia del déspota.
Sugiero al lector vea el documental Maduro, en D news, que ilustra la pesadilla, el infierno y las cenizas que quedan de Venezuela.