A medida que el presidente estadounidense procede a desestabilizar el orden económico mundial de posguerra, buena parte del mundo contiene la respiración colectivamente. Los comentaristas buscan palabras para describir su ataque a las normas convencionales de liderazgo y tolerancia en una democracia liberal moderna. Los medios, frente a un presidente que a veces puede estar muy mal informado y, sin embargo, realmente cree lo que está diciendo, dudan en etiquetar como mentiras sus declaraciones falsas.
Algunos podrían argumentar que más allá del caos y las bravatas, el desordenado abandono de la globalización por parte del gobierno de Trump tiene una lógica económica. Desde ese punto de vista, se ha engañado a Estados Unidos para permitir el ascenso de China, y un día los estadounidenses lo lamentarán. Los economistas tendemos a ver la renuncia del liderazgo mundial de Estados Unidos como un error histórico.
Es importante reconocer que las raíces del movimiento antiglobalización en los EE.UU. se remontan mucho más allá que los obreros marginados y desfavorecidos. Algunos economistas se opusieron a la Asociación Transpacífico (un acuerdo comercial de 12 países que habría cubierto el 40% de la economía mundial) sobre la cuestionable base de que habría perjudicado a los trabajadores estadounidenses.
El TPP habría abierto Japón mucho más de lo que habría afectado a los EE.UU. Rechazarlo no hace más que abrir la puerta a la dominación económica china en todo el Pacífico.
Los populistas estadounidenses, tal vez inspirados en Thomas Piketty, no parecen impresionados por el hecho de que la globalización haya sacado a cientos de millones de la pobreza absoluta en China y la India, haciéndoles alcanzar la clase media. La visión liberal del ascenso de Asia es que hace del mundo un lugar más justo donde el destino económico de una persona no depende tanto del lugar donde haya nacido. Una visión más cínica permea la lógica populista: que, debido a su excesiva adhesión al globalismo, EE.UU. ha sembrado las semillas de su propia destrucción. El “trumpismo” aprovecha esta sensación de finitud nacional. El objetivo no es solo “devolver a casa” los empleos estadounidenses, sino crear un sistema que amplíe el dominio de Estados Unidos.
“Debemos centrarnos en los nuestros” es el mantra de Trump y otros populistas.
Desafortunadamente, con esta actitud es difícil ver cómo Estados Unidos puede mantener el orden mundial que tanto lo ha beneficiado durante tantas décadas. Porque no nos equivoquemos: Estados Unidos ha sido el gran ganador. Ningún otro país de gran tamaño se le acerca en riqueza, y la clase media estadounidense sigue estando muy bien si se mide por los estándares globales.