Tan desconcertante como siempre, impredecible (o acaso cada vez más predecible) el Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump llegó a la cumbre de la OTAN en Bruselas para patear el tablero y proclamar un incremento del gasto militar.
La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) tuvo una razón de ser geopolítica durante la Guerra Fría y su pulso de tensiones con los países del Pacto de Varsovia, aquellos de la órbita de la Unión Soviética o los países ubicados detrás de la cortina de hierro. Ese equilibrio de poder militar y visiones políticas contrapuestas del mundo bipolar se rompió a raíz de la Perestroika y la caída del Muro de Berlín.
La OTAN está compuesta por 29 países y aunque muchos aseguraron que se disolvería tras los cambios en los países socialistas, hoy el pulso ya no se refleja en el escenario de antes sino casa adentro del organismo.
Trump llegó con un reclamo, más presupuesto en gastos de defensa y especialmente se dirigió a Alemania, España y Bélgica. Su postura se manifiesta en ‘diplomacia de los micrófonos’ (formuló declaraciones públicas antes de la cita y dijo haber conseguido sus objetivos aunque no se plasmaron en ningún documento oficial). Esa forma de conducir la relación causó malestar.
Como si palabras duras y discursos altisonantes fueran poca cosa, el Presidente de EE.UU. interrumpió varias veces la reunión cambiando los puntos del orden del día para volver a la discusión de los gastos en defensa. Al decir del Diario catalán ‘La Vanguardia’, la puesta en escena de Trump arrojó ‘interpretaciones abiertamente contradictorias’. Algo que, a estas alturas del partido ya no debería llamarnos la atención.
Tras la Guerra fría y la etapa de la Guerra de las galaxias las estrategias de análisis debieran cambiar hacia otros ejes distintos, en un mundo amenazado por el terrorismo, mutando por las corrientes migratorias, y sometido a los rigores del cambio climático, quizá los grandes temas de la hora.