Trump y Putín se reunieron en Finlandia el lunes último. La conferencia de prensa que siguió a esa entrevista desató una de los escándalos más serios de la historia diplomática moderna. Trump –bajo la mirada acerada de Putín- relativizó los resultados de las investigaciones de los servicios de inteligencia y de la comisión del Senado que acusaron a Rusia de intervenir en el último proceso electoral de los Estados Unidos, y prefirió aceptar las terminantes y duras negativas de Putin sobre la materia.
No tardaron en llover sobre Trump las acusaciones más duras, de propios y extraños. The Point, en su Newsletter, caracterizó a las declaraciones de Trump como “El más vergonzoso e inquietante momento de su presidencia”. El republicano Joe Walsh las calificó de “desgracia absoluta”. No pocos -entre ellos John Brennan, ex director de la CIA- hablaron de “traición”. La CNN -Nic Robertson- dijo que, en lugar de aclarar lo relativo a la intervención rusa en las elecciones norteamericanas, Trump produjo más confusión y “arrastró al mundo por una pendiente de inestabilidad nunca antes concebida como posible”.
Al considerar a Europa como “enemiga”, Trump ha colocado a la alianza atlántica en un estado de precariedad inocultable. Varios analistas levantaron la sospecha de que Putin posee informaciones que Trump no quiere que se difundan, lo que le obligaría a hacer concesiones a favor de los intereses rusos. Parafraseando a Churchill, Robertson escribió: “Nunca antes, en el ámbito de las cumbres presidenciales, un líder había concedido tanto por tan poco a costa de tantos.” Las críticas enfatizan que un presidente sin una visión estratégica del futuro de las relaciones internacionales se convierte en un grave peligro para los Estados Unidos y para el mundo entero.
Los ciegos aliados de Trump lo han defendido aduciendo que sus críticos son los “sufridores de siempre, envidiosos, perdedores, odiadores”.
Mientras Rusia calificó de “magnífica”, “mejor que super” a la reunión de Trump con Putín, en Europa cundió el desconcierto. Algunos países se preguntaron si las maniobras militares conjuntas con los países bálticos habrían sido suspendidas como lo fueron las que se realizaban con Corea del Sur, obsequio hecho por Trump en su entrevista de hace un mes con Kim Yong Un.
El panorama internacional luce desorientado y caótico, favorable a las fuerzas antidemocráticas y perjudicial para Occidente. Se avizoran cambios profundos y consecuencias difíciles de controlar en el orden mundial. La guerra comercial ya está en marcha. Y todo ello porque el mesiánico Trump antepone sus intereses personales a los de su país y a los del mundo entero, según los críticos que han dicho que, en Helsinki, Trump protagonizó el “día de la infamia”.