“A todo el mundo le llega su San Benito”, dice un antiguo refrán español. Pues a Estados Unidos, la primera potencia mundial, le llegó su Trump. A gran parte de la población estadounidense, pero especialmente a su élite intelectual, le avergüenza un jefe de Estado de tan bajo nivel ético y que ha confundido la conducción del país con el manejo retorcido de sus negocios. Es un multibillonario pero con historia sórdida de quiebras de sus empresas y de escamotear el pago de impuestos.
Pero ese es el presidente elegido por la mayoría de los votos en el singular sistema americano, porque la Sra. Clinton obtuvo dos millones más de votos directos. Y, además, elegido en una campaña en la que Rusia y Assange, impúdicamente metieron la mano.Pero si en materia de gobierno interno el presidente no entiende la responsabilidad de la Casa Blanca, en asuntos internacionales su conducta es la de un elefante en cristalería. El último episodio con la imprudente e innecesaria declaración del traslado de la embajada americana de Tel Aviv a Jerusalén, delata que no está a la altura del liderazgo mundial de su país y las responsabilidades que ello implica. El papel de Estados Unidos en las negociaciones para solucionar el conflicto árabe-israelí (recuérdense las conversaciones en Camp David desde Nixon, pasando por Reagan, Bush y Obama), le obliga a ser especialmente sagaz y no descalificarse a sí mismo en la búsqueda de soluciones para ese conflicto.
Pero si la declaración sobre Jerusalén fue inconsulta, peor ha sido el comportamiento en Naciones Unidas a propósito de condena en NN.UU. a dicha declaración, que se aprobó con 128 votos a favor, 9 en contra y 35 abstenciones.
Trump antes de la votación, afirmó: “déjenlos que voten en contra nuestra, así ahorraremos mucho dinero” anunciando retiro de ayudas a quienes así se pronunciaren. Y la embajadora no se quedó atrás, cuando advirtió que Trump tomará el voto como algo personal y anotará los nombres de los países que voten en contra. Dos actitudes reñidas con la diplomacia más elemental y que afectan los intereses de largo plazo de la primera potencia mundial. Es una actitud más propia de matón del barrio que cree que la amenaza impedirá que algunos países no condenen a Trump. El resultado de la votación fue desastrosa para Washington, pues los países de la Unión Europea, Canadá, Australia, Japón entre otros, votaron por la censura a las declaraciones del presidente americano.
A quienes admiran al pueblo de Estados Unidos, reconocen su espíritu de trabajo, su fuerza, su enorme capacidad intelectual, la excelencia de sus universidades, el liderazgo de sus empresas, solo queda esperar que pase rápido el tiempo que le queda para completar su período, o que un enjuiciamiento político – impeachment – aleje de la Casa Blanca a personaje tan peligroso.