José Antonio Ocampo
Project Syndicate
A lo largo y ancho de América Latina hay un creciente sentimiento de ansiedad. La presidencia de Trump ha traído nuevas angustias a la región en materia comercial y financiera, las cuales se suman a aquéllas asociadas a una recuperación económica que era todavía frágil. Sus anuncios han afectado ya algunas inversiones en México, que deprecia su moneda.
Este año se espera que América Latina salga de la recesión iniciada en 2015, aunque completando cuatro años un crecimiento económico anémico –o seis, si contamos la desaceleración experimentada en 2012 y 2013.
Los factores internos explican en parte este comportamiento. El ejemplo más importante es Venezuela, que sigue sumida en una profunda crisis política y económica. Brasil superó lo peor en 2016, pero su economía no parece todavía capaz de recuperarse en forma vigorosa de la peor recesión de su historia. Argentina sigue luchando con altos niveles de inflación y déficit fiscal. Y Ecuador se ha visto afectado por la caída en sus ingresos petroleros y la dolarización, una desventaja evidente en una región donde la mayoría de los países han depreciado sus monedas.
Chile, Colombia y Uruguay siguen sumidos en una trayectoria de lento crecimiento. De esta manera, entre las economías de mayor tamaño relativo, solo se ha venido recuperando Perú, pero a un ritmo muy inferior al que experimentó dicho país durante el superciclo de precios de productos básicos. Las únicas economías que han resistido las tendencias a la desaceleración son algunas pequeñas de Sudamérica (Bolivia y Paraguay), Centroamérica y la República Dominicana.
La noticia positiva es la expectativa de un aumento en la demanda de exportaciones latinoamericanas. La economía de los Estados Unidos se está acelerando, la Unión Europea muestra por fin una recuperación más firme y hay menos incertidumbres que hace un año en relación con la economía china.
Los precios de productos básicos parecen haber alcanzado un piso en 2016 y las remesas de los migrantes se han recuperado y superan ya los niveles de 2007-2008. Los beneficios de estas dos últimas tendencias son limitados. Si se juzga por su dinámica histórica, los precios de productos básicos están apenas en el inicio de un período prolongado de debilidad y las oportunidades migratorias a EE.UU. y España se interrumpieron desde la crisis del 2008 y serán aún más escasas bajo Trump.
América Latina enfrenta, además, tendencias adversas en materia de comercio y financiamiento internacionales. De acuerdo con la Oficina de análisis de política económica de Holanda, el volumen del comercio internacional ha crecido a un ritmo inferior al 2% por año desde 2007. Este es el ritmo de crecimiento más bajo desde la Segunda Guerra Mundial y la primera vez desde entonces en que es inferior al de la producción mundial.