La noche del domingo se vivió en Argentina un episodio que puede ser revelador para otros países del continente. El candidato oficial, cuya calidad de seguro ganador por amplio margen le otorgaban todas las encuestas, recibió una sorpresa que no debió ser de su agrado. En vez de acercarse al triunfo sin necesidad de una nueva vuelta electoral, vio cómo su techo electoral no crecía mientras que su opositor se acercaba peligrosamente.
Al final, Daniel Scioli, el candidato del kirchnerismo, ganaba la elección por cerca de tres puntos porcentuales a su rival Mauricio Macri. Pero las encuestas preveían que la diferencia alcanzaría cerca de ocho puntos y algunas ya lo daban como ganador sin necesidad de un balotaje. A juzgar por las imágenes de televisión que lo mostraban descompuesto, el suelo se le debió haber abierto a sus pies. Y a los demás miembros del partido de gobierno, principalmente a la Presidenta. En un acto poco democrático, no había datos oficiales luego de pasadas varias horas del escrutinio. Cuando las cifras aparecieron, el festejo estalló en la concentración de Macri y el desconcierto y la incertidumbre se apoderó de quienes apoyaban a Scioli. Sus rostros lo decían todo. No era una simple elección, había algo más en juego. Dos formas de entender la democracia: la una que apoya los diálogos, los consensos y considera necesario construir institucionalidad; y la otra, que piensa que los votos otorgan patentes de corso para manipular la ley, arrasar a los contrarios y copar todo sin limitaciones de ninguna clase.
Pero hubo más. En la provincia de Buenos Aires triunfaba María Eugenia Vidal, de las filas del macrismo, sobre Aníbal Fernández el jefe de gabinete kirchnerista impuesto como candidato por la propia Presidenta. Las divisiones internas afloraron en las filas del oficialismo y muchos responsabilizan a este polémico político, por el pobre desempeño realizado en tan importante recinto electoral. Hay que recordar que la Gobernación bonaerense ha sido reducto peronista por décadas, por lo que la pérdida de su control es un duro golpe de enorme significación.
Lo relevante de este suceso es que las encuestas no pudieron medir ni acercarse a los resultados finales. Esto no significa que las mismas estaban mal hechas o necesariamente dirigidas, o que sean instrumentos de poca fiabilidad para medir las intenciones de voto. Al parecer, según mencionan los entendidos, el cambio de decisión en los votantes se produjo en la misma semana anterior a las elecciones, por lo que no hubo tiempo para visualizar hasta donde iba a conducir esta modificación en la preferencia de los electores.
Como tanto se ha repetido, las encuestas electorales no son sino mediciones en un determinado momento que señalan lo que en ese instante piensan los electores. En esta materia no está nada dicho. Días antes al proceso electoral se indicaba que existía una aprobación de alrededor del 50% a la gestión del gobierno de Cristina Kirchner, pero en las urnas el electorado emitió su propio parecer.