¿Qué deja Chávez a los venezolanos? Les deja tres legados envenenados: una forma disparatada de gobernar, el loco socialismo del siglo XXI, y un modelo neopopulista basado en el asistencialismo-clientelista.
Primero, deja el recuerdo de un personaje que gobernaba mal, pero cantaba, jugaba al béisbol, insultaba, se peleaba con medio mundo y luego se amigaba, como ocurrió con el presidente colombiano Juan Manuel Santos, a quien parecía que le declararía la guerra, pero acabó declarándole el amor más intenso, sentimiento que, para sorpresa general, resultó ser mutuo.
Esa manera excéntrica de comparecer en la vida pública, que algunos llaman “carisma”, suele atraer a las clases latinoamericanas menos educadas, pero siempre conduce al desastre.
En segundo lugar, Hugo Chávez deja entre sus huestes el socialismo del siglo XXI, que no es una ideología, sino un sucedáneo compuesto por tres elementos nocivos: antiamericanismo, estatismo antimercado y rechazo a la propiedad privada.
De esos tres factores, la clave unificadora, es el antiamericanismo.
Como Hitler estaba convencido de que todos los males de la humanidad derivaban de los judíos, y los masacró, Chávez, por influencia de Fidel Castro, murió persuadido de que la Casa Blanca era la guarida de Satán, dato que demuestra al afirmar que el devastador terremoto de Port-au-Prince fue resultado de un arma secreta del Pentágono para apoderarse de las riquezas de Haití.
Junto a la maldad ínsita de los yanquis, está la de los mercados. Según el chavismo, a los precios hay que controlarlos, cogerlos por el rabo y sujetarlos para que los pobres puedan adquirir bienes y servicios. Las multinacionales son malas. Los mercaderes son agentes del imperialismo. La libertad económica es un camelo. La equidad, en cambio, reside en la buena voluntad de una legión de funcionarios benévolos.
Chávez creía todo eso y se lo inoculó a sus partidarios. Para él sólo una sociedad es justa si un grupo de revolucionarios, dirigidos por un caudillo iluminado por la Providencia o por Bolívar, que viene a ser igual, dicta el qué, el cómo y el cuándo de las transacciones comerciales.
Pero, de las tres herencias que Chávez deja a sus albaceas para que las administren revolucionariamente, la peor es el neopopulismo. Es decir, que la sociedad viva de las dádivas del Estado y no al revés, como sucede en los países prósperos.
Aunque en la Venezuela democrática previa al chavismo ya existía un sustrato populista fomentado por adecos y copeyanos, Hugo Chávez multiplicó por mil esa manera absurda de dilapidar los recursos públicos.
En catorce años, el Presidente bolivariano creó una clientela parasitaria de millones de personas que, indudablemente, votarán por quien les mantenga los beneficios.
Esa herencia maldita será difícil de erradicar. Los argentinos no han podido en más de sesenta años.