En medio de las sofocantes y pestíferas marismas que el autoritarismo del Siglo XXI va dejando en la geografía latinoamericana, la concesión del Premio Nobel a Mario Vargas Llosa llega como un viento refrescante que reanima la causa del hombre y su libertad.
“Por cada elogio recibirás dos insultos” le dijo Neruda a Vargas Llosa en alguna ocasión. Y en efecto, del escritor peruano se han dicho muchas cosas: fascista, derechista, reaccionario, servidor del imperio, entre otras. Se le acusa de traición por haber desertado las filas de la izquierda latinoamericana en las que militó alguna vez. Un análisis objetivo y más profundo nos permite ver, sin embargo, que Vargas Llosa ha promovido desde siempre la defensa del individuo, su libertad, su igualdad, su señorío, y que sobre la base de la prueba y el error y sus infatigables exploraciones intelectuales, abandonó la izquierda tras comprobar su fracaso e impostura y descubrir que las mayores revoluciones en beneficio del hombre han sido impulsadas por la democracia liberal. Vargas Llosa es un escritor comprometido con el individuo y, a diferencia de muchos intelectuales como García Márquez o Cortázar, nunca ha justificado crímenes o atropellos en nombre de la ideología. El verdadero y auténtico liberalismo que inspira al escritor hispano peruano es, en sus propias palabras, “una filosofía, una doctrina, no una ideología. Porque ideología es una forma dogmática e inmutable del pensamiento y la filosofía liberal es cambiante, un sistema flexible que va modernizándose”. La opción liberal es radical, no conservadora, y “quiere decir libertad económica y política, propiedad privada e imperio de la ley”.
La concesión del premio reavivará el interés por las obras de Vargas Llosa y permitirá a muchos latinoamericanos que no han explorado aún su pensamiento, particularmente los muy jóvenes, contagiarse de su fervor y abrir los ojos frente al monstruo colectivista que recorre América Latina con su estela de pobreza, esclavitud y desesperanza. Vargas Llosa es implacable con los tiranos, de derechas o de izquierdas, que usurpan el poder o acceden a él por medios legítimos, desde Fujimori a Chávez, para destruir luego la democracia y perpetuarse en el poder. Su razonamiento claro y mordaz denuncia la patraña que encierra toda ingeniería social, llámese Comunismo, Fascismo o Socialismo de Siglo XXI, y la forma en que estas crueles utopías terminan aplastando al hombre y convirtiéndolo en esclavo de la megalomanía de sus dirigentes. Vargas Llosa no perdona a los falsos liberales que, en nombre de la libertad, defienden intereses mezquinos y promueven un Estado rentista que beneficia a unos pocos con privilegios, monopolios o mercados cautivos. El Nobel de Vargas Llosa es un homenaje al hombre y a su libre albedrío.