Tres discursos

Óscar Arias, costarricense universal, Premio Nobel de la Paz, al término de su segunda Presidencia,  fiel a la constitución, respetuoso de la alternabilidad en el poder,   se despidió de sus colegas latinoamericanos con un histórico discurso, en la reciente reunión de Cancún.

Invitó a todos a reflexionar sobre el futuro de la región. Les dijo que, en determinados aspectos, América Latina ha retrocedido porque algunos de sus gobernantes se han embarcado en un carro ideológico característico de la guerra fría,  lo que conspira contra el deber de “honrar la deuda con la democracia, con el desarrollo y con la paz”. Esa obligación -añadió-  es “mucho más que promulgar constituciones políticas, firmar cartas democráticas o celebrar elecciones periódicas. Quiere decir construir una institucionalidad confiable... garantizar la supremacía de la ley y la vigencia del Estado de Derecho... fortalecer el sistema de pesos y contrapesos... el disfrute de un núcleo duro de derechos... y la utilización del poder político para lograr un mayor desarrollo humano... y la expansión de las libertades de nuestros ciudadanos”.

Criticó a quienes se valen de sus triunfos electorales para  restringir las libertades individuales y perseguir a sus adversarios. Recordó  que un verdadero demócrata es tolerante y no autoritario, no coarta la libertad de opinión o expresión y demuestra su energía combatiendo la pobreza,  la ignorancia y la inseguridad y no a “imperios extranjeros o conspiraciones imaginarias”. Los problemas no se solucionan con “sustituir una democracia representativa disfuncional con una democracia participativa caótica”.

José Mujica, presidente de Uruguay, se reunió hace poco con un grupo de intelectuales. El ex guerrillero, en su discurso, dio pruebas de madurez y prudencia propias de un verdadero conductor de pueblos. Agradeció la oportunidad de encontrarse en medio de ciudadanos que aportan a la construcción del pensamiento y, con gran modestia, dijo que esos contactos fortalecerían sus “pequeños saberes”. Manifestó estar convencido que, para mejorar al Uruguay, es necesario multiplicar el poder intelectual de su pueblo hasta que ese proceso, por su propio vigor, se vuelva contagioso y generalizado. El puente que conduce a esa noble meta es la educación -aseguró- no la retórica simplista sino un gran proyecto que se sostenga en el tiempo, con el apoyo colectivo concertado. Repitió un concepto que invita a la reflexión: “es preferible la peor democracia a la mejor dictadura... La sociedad, el Estado y el gobierno precisan de muchos talentos. Los que estamos aquí nos acercamos a la política para servir, no para servirnos del Estado”.

 ¿El tercer discurso?   Lo recibimos los ecuatorianos todos los sábados por la mañana, como castigo por nuestros pecados electorales.

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