Desde el 2007 hasta el 2010, la Educación navega en medio de tres aguas. Unas estancadas y poderosas, derivadas de los viejos modelos educativos memoristas, maltratantes y opresivos, ancladas a un sistema educativo anacrónico y descoyuntado, a una burocracia ministerial abundante y pesada y a un personal docente (con sus excepciones) mal formado, desestimulado y conservador.
Al mismo tiempo remonta otras, remozadas, precipitadas e inciertas provenientes del Plan Decenal, paquete sistematizado el 2006 en el gobierno de Alfredo Palacio por su ministro Raúl Vallejo y vendido muy hábilmente al nuevo presidente Correa, quien a falta de un sólido programa propio acogió la propuesta vallejista para dar contenido al asunto educativo, uno de los pilares de la revolución ciudadana. Estas aguas cuasi naranjas tuvieron su lado bueno. Recogieron demandas ciudadanas formuladas en años anteriores, las transformaron en políticas de Estado dando estabilidad y ruta a un tema hasta esa fecha altamente frágil y volátil. Se convirtieron en aguas seguras, financiadas y poderosas por el alto apoyo del Presidente. Sin embargo, algunas de ellas se tornaron peligrosas por incompletas, dispendiosas y contrarias a los fundamentos que dice perseguir esta revolución. Reflejan una visión sesgada de la realidad y una concepción tecnocrática, eficientista, elitista e inequitativa lejana de un enfoque de derechos: su monumento, las “Escuelas del Milenio”.
Las aguas terceras, cristalinas, frescas y transparentes, pero todavía débiles tienen su fuente en la Constitución de Montecristi, en la centralidad del sujeto del aprendizaje, en la de los niños en especial; en el Buen Vivir; en la interculturalidad; en el derecho a una educación de calidad durante toda la vida; en la sociedad educadora, en los aprendizajes desde y más allá de las aulas; en la corresponsabilidad del Estado, la familia y la sociedad. Son aguas que con urgencia tienen que ser recogidas, canalizadas y procesadas por el Estado y sus diferentes niveles de gobierno, por el Ministerio, el gremio, los estudiantes y la sociedad.
El Ecuador está en medio de esta turbulencia. Vive una confusa fase de transición hacia una institucionalidad que se espera sea distinta y mejor a la del pasado.
La “agenda vallejista” expresada en el Plan Decenal cumplió su vida útil. Tiene que ser evaluada. Hay que recoger sus aciertos y superar sus errores y vacíos. Pero sobre todo, la revolución ciudadana tiene la oportunidad al fin de construir su propia agenda de cambio educativo, la que por fortuna conecta con las aspiraciones y demandas de lo más avanzado del pensamiento nacional y universal.
Que este inicio de clases sea un buen pretexto para arrancar un debate sobre la necesidad una revolución dentro de la “revolución”, al menos en educación.