La tremenda realidad

La tremenda realidad que debemos enfrentar ya provocó la caducidad de muchos referentes, de innumerables mitos, de otros tantos “derechos“, del Estado prebendario como concepto y estructura, de la política como sistema de dominación, trampa y ventaja. Nos puso frente a la fea realidad que escamoteamos entre discursos, suspiros ideológicos y corruptelas. Y ahora estamos aquí.

La tremenda realidad nos plantea dos opciones. No más de dos: o la enfrentamos, o apostamos al disimulo; o tomamos el toro por los cuernos, o salimos corriendo hasta ver qué hacemos “en las próximas elecciones”. Por cierto, la huíada hacia delante estará adornada de paros, negaciones, griteríos y “reivindicaciones”. La decisión de asumirla exige, en cambio, claridad, firmeza, capacidad de comunicación y honradez a toda prueba. Implica la renuncia a todo cálculo.

Un país agobiado por la pandemia, paralizado por miedos y recelos, abrumado por el desempleo, angustiado por el provenir, endeudado hasta niveles inconcebibles, debe empezar reconociendo sus limitaciones y responsabilidades, y admitiendo el hecho de que incluso la vieja legalidad se derrumbó, que muchos de los referentes en que estaban ancladas las instituciones colapsaron. Que no hay dinero. Que no hay inversión. Que no hay confianza. Que lo que queda, como tesoro que hay que cuidar, es la gente honrada, la que no tiene representación política y cuya vocación es trabajar, emprender, inventarse una forma de vivir. Esa que aún tiene lealtades y a quien le duele el abuso, la que todavía mantiene capacidad de asombro y de indignación ante la corrupción. La virtud del sonrojo y la vergüenza.

La tremenda realidad es un reto, un revulsivo, un sacudón. Y es obligación básica de la sociedad mirar objetivamente lo que queda y cómo queda, y es obligación asumir que los hechos condicionan el ejercicio de los derechos. La “derogatoria de los derechos por la realidad” es un concepto duro, inaceptable quizá para algunos, pero es lo que vivimos. Derecho al trabajo, pero no hay trabajo, derecho a la participación con estructuras legislativas mediatizadas, derecho a la seguridad entre asaltos y motines, derecho a la libertad sin condiciones para ser libres, derecho a la inversión sin recursos, sin confianza y abrumados por impuestos.

La tremenda realidad indica que no está entrampado solamente el Estado, lo que ya no es novedad; está entrampada una parte de la “ciudadanía”, indisciplinada, indolente, esa que admira a los vivos, suspira por liderazgos corruptos, y quiere seguir como si acá no hubiese pasado nada, apostando a la trampa, aplaudiendo al “pilas”, justificando el robo.

La tremenda realidad es que hay mucho que entender, mucho que cambiar, mucho que desechar. Que hay que preservar lo esencial, la dignidad humana

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