Un extraño y escurridizo joven australiano, llamado Julian Assange —matemático y activista ‘hacker’—, fundó en Suecia el 2006 la red internacional de hackers denominada “WikiLeaks” con el declarado propósito de “abolir el secretismo oficial” y abrir la “transparencia radical” y la “divulgación indiscriminada” de la información, sin consideraciones a la privacidad, la propiedad intelectual ni la seguridad nacional.
Servida por miles de anónimos y voluntarios ‘hackers’ regados por el mundo, expertos en sofisticados softwares para romper códigos cifrados e introducirse en las comunicaciones electrónicas, WikiLeaks detonó una “bomba cibernética” el 28 de noviembre del 2010 al interceptar, penetrar y robar en Internet 251 287 documentos oficiales cursados en los seis años anteriores entre el Departamento de Estado —que es el ministerio de asuntos exteriores de EE.UU.— y sus embajadores en varios países.
Salieron a luz numerosas comunicaciones, informes, vídeos y audios confidenciales dirigidos a Hillary Clinton por imprudentes embajadores norteamericanos que se refirieron en términos peyorativos, burlones o displicentes a países, gobernantes y líderes políticos de varios lugares, algunos de ellos aliados de los EE.UU.
Calificaron a su amigo Sarkozy de “frenético”, “impulsivo” y “errático”; dijeron de Rusia que era un “Estado mafioso”; apodaron a Putin de “Batman” y a Medvedev de “Robin” —en alusión a los personajes de los cómics—; compararon a Ahmadinejad con Hitler y lo vincularon con “Al Qaeda”; dijeron que Venezuela alojaba a terroristas de ETA y FARC; afirmaron que el narcotráfico y las “maletas llenas de dinero” enviadas por Chávez financiaron la campaña de Ortega en Nicaragua; pusieron en duda la sanidad mental de la presidenta de Argentina; de Chávez dijeron que es un “perro que ladra y no muerde”; describieron al ministro Berlusconi como irresponsable, inútil e incompetente por su adicción a las “fiestas salvajes”; apuntaron que Gaddafi es un hipocondríaco perdido; en fin, hicieron uso de un lenguaje imprudente y chabacano en sus comunicaciones diplomáticas.
Fue la mayor filtración documental de la historia, que conmocionó al mundo. Antes se habían registrado dos efectos globales: la interceptación por la inteligencia británica del telegrama secreto enviado el 16 de enero de 1917 por el ministro de relaciones exteriores alemán a su embajador en México, en plena guerra mundial, con la orden de que propusiese al gobierno mexicano una alianza política, militar y económica con Alemania en contra de EE.UU. para que México recuperase los territorios perdidos en las guerras mexicano-norteamericanas del siglo XIX: Texas, Nuevo México, Arizona, California, Nevada y Utah; y la revelación en 1971 de los denominados “pentagon papers”, que produjo el “Vietnam war syndrome” en la sociedad norteamericana.