Ya ocurrió la matanza de esta semana en otra escuela de EE UU. Y una vez más el mundo se pregunta qué clase de sociedad es esa que no mueve un dedo para detener la masacre demencial de sus adolescentes. O, peor aún, que plantea poner más dedos en más gatillos. ¿Cuáles son sus valores? ¿Con qué cara salen a la calle los republicanos el día siguiente de cada crimen?
La respuesta más clara la dio uno de los miles de estudiantes que hace un par de semanas marcharon hacia el Congreso y cuyo discurso se halla en Youtube. Hablando a la multitud, con el cabello agitado por el viento y la voz enronquecida por haber gritado demasiado consignas en el camino, dice que rechazan estudiar con miedo y en prisiones y que no aceptarán “nada menos que un control de armas” que proteja a las escuelas y las calles y los teatros y a las comunidades negras devastadas por la violencia armada.
Porque “cuando la solución del comandante en jefe es más armas, hay un problema moral en la Casa Blanca. Cuando los políticos consideran que es más valioso el dinero ensangrentado de la NRA (National Rifle Association) que la vida de los chicos, hay un problema moral”. Y predice que esta maldición volverá a suceder en las semanas que siguen (como ya sucedió). Y advierte a los millones de idiotas (digo yo) que defienden su derecho a tener armas militares desde los 18 años: “¡Su derecho a tener un rifle de asalto no es más importante que nuestro derecho a la vida! (Aplausos a rabiar). ¡Los adultos nos han fallado! Ahora depende de nosotros”.
Esa proclama me envió de vuelta al campus del San Francisco State College, donde escuchaba las arengas contra la guerra en el legendario año hippie de 1968. Los políticos y generales de entonces, viejos y mentirosos como siempre, enviaban a miles de jóvenes a matar y morir en las selvas de Vietnam en una absurda guerra imperial. Contra semejante barbarie, los universitarios rebeldes gritaban: ‘Make love, not war’. Y desconfiaban de todos los mayores de 30 años: ‘Never trust anyone over 30’. Eran las inmensas ganas de vivir el presente de la juventud que rechazaba a un sistema que en nombre del anticomunismo arrojaba napalm sobre los campesinos del Vietcong para chamuscarlos como hormigas.
Luego de los asesinatos de Martin Luther King y Robert Kennedy, el republicano Nixon ganó las elecciones y exacerbó la guerra. Era Nixon miembro de la NRA y terminó renunciando por el espionaje político de Watergate, caso que visto a lo lejos es un juego de niños comparado con la conexión rusa de Trump y el uso en su campaña electoral de 50 millones de perfiles expoliados de Facebook.
Lo triste es que, generación tras generación, muchos jóvenes idealistas se van convirtiendo en los adultos cínicos que hoy defienden el derecho de cualquier psicópata a comprar un rifle militar y matar colegiales.