Nuestra política está en niveles de tragicomedia, se puede reír o llorar por igual con las noticias. Una candidata a la vicepresidencia no podrá inscribir su candidatura porque acaban de informarle que está muerta, según el registro civil. ¿Cómo probará que está viva?
Hace años algún medio informó erróneamente de la muerte de un político, cuando le llamaron dijo: mire, señor periodista, si hubiera muerto no le negara. Otro medio informó anticipadamente la muerte del expresidente León Febres Cordero, el que acabó con el grupo guerrillero Alfaro Vive Carajo. Algún ingenioso escribió un grafiti que decía: Febres Cordero Vive Carajo. La candidata haría noticia si acudiera al CNE disfrazada con esos trajes de esqueleto.
De lo cómico pasamos enseguida a lo trágico con las predicciones apocalípticas de un expresidente al borde de un ataque de nervios. Nos ha presentado la “lista de edificios que podrían ser detonados con gente adentro y provocar la muerte de 100 personas”. ¿Se trata de predicción, amenaza, revelación o chifladura?
El delito de terrorismo se llama así porque utiliza el terror generalizado de los ciudadanos para amenazar o chantajear a la sociedad. Si su palabra tuviera crédito, podría haber sembrado el pánico. Su gobierno se amenazó con acusar de terrorismo a quienes dieran información económica que pudiera provocar alarma social.
Una ministra presentó acusación formal en la fiscalía cuando el mismo personaje aconsejaba a México que se tome el golfo de Guayaquil; Ya nadie se escandaliza de nada. Su partido debería informarnos si fue obra de hackers o un lamentable error; solo sus amigos divulgan el exabrupto con entusiasmo.
La candidata a la presidencia por su partido tiene tres opciones: esconderse por el peligro si le cree a su líder; desmentir públicamente si no quiere verse afectada por la chifladura; exigir pruebas, fuentes o explicaciones si es cierto que puede alterar los resultados de las elecciones. Hasta ahora ha optado por el silencio.