La tragedia nos une y saca lo mejor de la sociedad ecuatoriana: la solidaridad y la construcción de esta comunidad de manos tendidas a favor de la vida, sin distingo de personas. La desgracia crea huella en la vida personal y colectiva.
Ello más allá de que podría cambiar la vida política, económica y social actual.
Ecuador vive una efervescencia de unión a través de una generosidad y altruismo excepcionales de la sociedad. No hay un sector del país que no se ha puesto manos a la obra, empezando por los pobres, para entregar algo a la gente en el desastre.
Es una presencia humana en una gesta de integración, gracias a deseos de aportar y de solucionar la destrucción material y dar ánimo a los siniestrados.
Ver salir a un rescatado de los escombros entre la alegría y lágrimas de presentes y ausentes, hace de la solidaridad una comunidad de vida, base de una ética de pertenecer a la vida con la solidaridad de los demás.
Salvo en la guerra con el Perú, no hay otro momento en que los ecuatorianos, sin distingo social e ideológico hayan hecho suyo el país y sus partes. Todas y todos están ratificando que pertenecen a un grupo humano que se hermana y a una comunidad política llamada Ecuador.
Es la sociedad civil la mejor actora ante la urgencia.
Se ve la importancia de las organizaciones, indispensables para organizar a la gente y las acciones o propuestas en su favor. Sin ellas todo cuesta más, hasta el orden y el tiempo para resolver. Las iniciativas desbordan los canales para garantizar el buen uso de los recursos. Se ve poca coordinación de las donaciones de la sociedad (son impactos de la reciente destrucción de la sociedad civil); y falla el Estado tan burocrático.
Pero el gesto generoso tiene más valor porque quiere ser alivio y solución de unos lejanos que se vuelven próximos, que se les integra con el deseo de aportarles vida y consuelo.
El Gobierno no coordina bien con los entes locales. Están ausentes, no por el desastre local, sino por la descentralización-centralizada que los convierte en figuretes o ejecutores.
Así, en la urgencia no hay mancomunidad de esfuerzos. Hay que revisar esta recentralización y el ordenamiento del territorio, recién legislado. En Portoviejo se ven edificios modernos destruidos y dos casitas de dos pisos, con pilotes de madera y bareque intactos. Eso es así por la corrupción.
No hay ordenamiento del espacio sin lucha contra la corrupción.
La tragedia ayuda a construir el sentido de responsabilidad como parte de la hermandad y de ver la irresponsabilidad en la construcción o en la descoordinación que destruye recursos y puede crear desconfianza. Sembrar ética pública podría ser lo mejor a sacar de tanto esfuerzo.
Esta efervescencia social de solidaridad colectiva no tiene dueño, forma un patrimonio de lo colectivo por encima de distingos sociales o ideológicos. Nos forma como colectividad, como país.