Una vez más, el naufragio de un barco en el mar Mediterráneo, frente a Libia, ha enlutado al mundo. Decenas de naves, viejas y destartaladas la mayor parte, salen subrepticiamente del norte de África con dirección a Europa, cargadas hasta reventar de seres humanos víctimas de sufrimientos y humillaciones, movidos por la esperanza de encontrar una vida mejor. En horripilante proporción, esas naves naufragan y niños, mujeres, hombres adultos y ancianos encuentran la muerte.
Los países europeos a los que se dirigen esos desposeídos sienten también los problemas de su masiva llegada. La isla de Lampedusa, convertida en un gigantesco refugio, no da cabida a más seres humanos que, considerados transeúntes, se convierten en miserables moradores indeseados.
El problema es de complejidad casi irreal. La pobreza, la inseguridad y la desesperanza en África impelen a sus habitantes a emigrar. La situación se agrava cada vez que la violencia y el caos vuelven a asolar esas regiones, como ahora ocurre en Libia, Egipto y Oriente Medio. Criminales traficantes encuentran la manera de hacer dinero ofreciendo transporte e ingreso a Europa. Miles de gentes míseras, sin nada que perder, emprenden la aventura de atravesar el mar que las separa de su sueño.
Los países europeos, por su parte, reciben esa presión migratoria y no pueden ni controlarla ni asimilarla ni administrarla. Han establecido campos de refugio y creado programas de asistencia que, paradójicamente, mientras más eficaces, más estimulan la inmigración de desesperados seres humanos.
El ingreso masivo de inmigrantes en una Europa donde la crisis económica ha producido un alto desempleo, crea tensiones difíciles de manejar, a lo que se suman las diferencias de tradición y cultura de los inmigrantes que chocan contra los usos locales.
Peligrosos episodios de xenofobia y discriminación han surgido en algunos países, extremistas políticos han radicalizado su oposición a los inmigrantes e inclusive algunos gobiernos han adoptado medidas legales muy severas para controlar la inmigración.
El problema aqueja a la Unión Europea, a causa de la apertura de sus fronteras internas, pero debe ser tratado a nivel mundial. Europa ha puesto el acento en la lucha contra el tráfico de personas -indispensable, por cierto- pero no ha podido concertar un programa amplio que reconozca la prioridad de atender a las víctimas de esta crisis que tiene componentes económicos, sociales, políticos, culturales yde seguridad.
Proteger y ayudar al inmigrante es indispensable y urgente.
Mientras haya diferencias considerables entre países ricos y pobres, habrá migración de estos hacia aquellos. Además, los seres humanos preferirán siempre vivir en países democráticos y libres y huirán de los regímenes autoritarios que abusan del poder.
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