Las palabras tienen su historia y su tiempo. El significado no siempre es el mismo. Varía o adquiere sentidos que pueden ser equívocos o difieren en determinados contextos. Así sucede con la expresión «totalitarismo», que es reciente. Quizá tiene un siglo. No es, por cierto, asimilable a la «tiranía» que utilizaron los filósofos griegos como forma de gobierno, cuatrocientos años antes de Cristo.
Se dice que la palabra totalitarismo utilizó por primera vez Mussolini en un discurso de 1925. Él no inventó el vocablo, el fascismo fue «una conceptualidad de la vida» decía Giovanni Gentile, destacado filósofo del fascismo. El mismo Mussolini, para definir su régimen lo hizo con la expresión ardorosa de «Estado totalitario».
Luego se asimila la palabra al régimen soviético de Stalin y al nacionalsocialismo de Hitler, en Alemania. O sea, al nazismo. Tendrá su caracterización en la vigencia de un partido único, exclusivo y excluyente, que ocupa la totalidad del entramado estatal. Partido y Estado se licúan y mezclan como lo único que existe y hegemoniza. La pluralidad y lo diverso, la tolerancia y el respeto a la dignidad humana es devastada. Solo queda el Estado propaganda. Hannah Arendt, en su bello libro Los orígenes del totalitarismo, nos trae dos frases que merecen recordarse, la primera: «Solo el populacho y la élite pueden sentirse atraídos por el ímpetu mismo del totalitarismo: las masas tienen que ser ganadas por la propaganda (…) los movimientos totalitarios que luchan por el poder pueden emplear el terror». La segunda, «La propaganda, en otras palabras, es un instrumento del totalitarismo (…) y el terror la verdadera esencia de su forma de gobierno».
En principio, el totalitarismo es asociado a los regímenes fascistas en Italia, al nacionalsocialismo alemán, al estalinismo y luego a los regímenes que se asimilan a la ideología del marxismo–leninismo, como China Popular, Cuba, o la dinastía de los tres Kim (In-Sung, Gong Il y Jong-un) en Corea del Norte. O los países que fueron parte de la vieja URSS. Los totalitarismos son gigantescas maquinarias de adoctrinamiento y propaganda. Reescriben la historia. Destruyen las sociedades diversas. Ahí, en la centralidad luce un iluminado. El Gran o Amado Líder, cuya voluntad es todopoderosa. El extremado culto a la personalidad.
En América Latina, los regímenes populistas y autoritarios deben considerarse como la fuente dónde puede germinar y crecer un monstruo: los neo totalitarismos.