El discurso de investidura del nuevo Presidente uruguayo resulta una pieza de colección que resume la sabiduría popular.
El discurso de investidura del nuevo presidente uruguayo José Mujica puede inscribirse entre aquellas piezas de colección que resumen la sabiduría popular aplicada a la política. La misma de la que todos somos depositarios y sujetos, pero que hemos decidido ponerlo a un costado para promover en su detrimento la pillería tramposa, corrupta y sucia con la que aplicada a la política parece un sector de nuestros países “disfrutar” vivir cotidianamente. Mujica -quien viene de la oscuridad guerrillera- es por sobre todo un hombre práctico, que no le teme más al mundo ni encuentra pretextos para culpar a otros de la pobreza de su país. No temió en decir que en las crisis económicas todos padecieron menos los funcionarios públicos de su país, que no perdieron su empleo. Este cultivador de rosas es no solo un retrato de los valores olvidados que necesitan ser promovidos sino quizá sea toda una metáfora de esas cosas cuyo valor requiere ser rescatado de esta postmodernidad vacía y hueca que ni cree en el futuro y menos concede valor al pasado y solo se alimenta ávidamente de un presente al que endiosa en su finitud diaria pero termina vomitándolo en noches vacías y solitarias.
Requerimos una mirada más humana y cierta sobre la política que requerimos y es evidente que no lo podemos hacer con los recursos humanos que tenemos y a los que hemos sectorizado por cuestiones ideológicas ahuyentando hacia el exterior a los más capaces. Si no emprendemos una convocatoria urgente de los que más pueden servir desde el Estado, vamos a seguir lamentando la notable incompetencia de una república que ni tiene tiempo en mirar sus limitaciones sino algo peor: la ha tomado como parte de su esencia.
Seguimos siendo naciones jóvenes que se resisten a madurar, una población de saberes ancestrales unidos a la decencia que ha sido arrinconada por el grito hostil de una política vacía de contenidos éticos a la que se la mira solo como una oportunidad de pegarle el “manotazo” de ocasión que convierta a un patán en nuevo rico circunstancial o a un demagogo en referencia nacional.
Por eso, el discurso de José Mujica tiene su atractivo, independiente de quien lo dice y con cualquier crítica que pueda hacerse sobre su persona, hay algo con el que no podemos más que coincidir: un país se hace con tornillos pero también con tuercas. Con gente que se remanga y quiere algo diferente. Que se resiste al fatalismo de lo anónimo, sucio y sin referentes. Que cree profundamente en la educación. America Latina puede, solo hace falta que volvamos como el Uruguay o como la Alemania de Adenauer a convocar gente que nos permita referenciarnos en los valores sencillos que hacen que el pasado sirva, que el presente sea un compromiso y que el futuro sea la tarea que diariamente debemos construir.