Tormenta en alta mar

Es legítimo que la oposición en un Régimen democrático, por parte de las facciones políticas que contradicen todas o alguna de las pretensiones del poder, tengan espacio de ejercicio y garantías para desarrollarlo. Esta situación varía de acuerdo con la naturaleza del sistema: parlamentario o presidencialista. En los primeros, el juego depende de las circunstancias electorales o políticas y la suerte del jefe de Gobierno junto a su Gabinete, está ligada a los acuerdos que se logren en la Legislatura. Hoy el Gobierno, mañana la oposición o al revés. Existe un antiguo juego que define con exactitud este mecanismo: el "guinguilingongo".

En los gobiernos presidencialistas la situación es diferente. Las posiciones de Gobierno y oposición casi siempre son rígidas y no son fáciles de encontrar puntos intermedios. O la oposición es fuerte y camina al filo de la pugna de poderes o es reducida y su supervivencia depende de su capacidad de resistencia; mucho más, cuando el Ejecutivo suele disponer de un arma letal como es "el hombre del maletín". Este personaje siniestro a diferencia de antaño ya no utiliza mucho metálico. Ahora su portafolio incluye apetitosos contratos y un legajo de importantes obras para las provincias de los legisladores seducidos o acosados. Un gran alivio para estas tensiones que degeneran la democracia son las elecciones legislativas de medio tiempo. Sin embargo, en la actual coyuntura, gracias a los escultores de Montecristi, el autoritarismo está asegurado: un Ejecutivo fuerte con recursos, métodos electorales a la carta, una mutación de facultades legislativas fundamentales hacia el Cuarto Poder, que es el hijo predilecto del primero, reelección para todos y la falta de la anotada renovación parcial de la Legislatura. En síntesis, para los que no son parte de la bancada oficial: a navegar en alta mar, en medio de una violenta tormenta.

Conocidos los resultados electorales, los grupos no alineados con el oficialismo están obligados al uso táctico de los recursos como el punto de orden, la reconsideración de lo votado o la impugnación a la conducción de la sesión. Estas maniobras -algunas veces justificadas por violaciones a la Constitución o las normas legislativas- habrá que ejercerlas aunque al final sean inútiles pues es difícil que los legisladores de AP incurran en una desobediencia; sin embargo, deben ensayarse otras estrategias que logren trasladar importantes temáticas fuera del recinto y convertirse, en grandes polémicas en la opinión pública. Pueden incluso, generar la presión suficiente para hacer trastabillar a la mayoría oficial o persuadir al Ejecutivo para que decida congelarlas y bajar la velocidad de la aplanadora.

Un Gobierno inteligente debe cuidarse de todas las aristas que contiene el antiguo adagio sobre la mujer del César. No solo debe cuidar que por estética política prevalezca el parecer sobre el ser, sino también que algunas veces no se descubra cómo es realmente la dama que encubre al poder.

Suplementos digitales