Berlín, la capital de Alemania, también lo es de la pena que hoy siente ese país por los crímenes cometidos por la generación de los nazis y de los comunistas.
En una plaza especialmente hermosa de la ciudad, un edificio nombrado ‘Topografía del Terror’ explica con claridad cómo los nazis tomaron el poder en 1933, y las instituciones con que luego desataron la más cruel carnicería de la historia.
Hay una sección especial dedicada a las víctimas. En primer lugar, las razas enemigas: los judíos, los gitanos, las personas “defectuosas” por sus taras (discapacitados y homosexuales). Junto a ellos, los enemigos del Estado, especialmente los comunistas, porque pese a todas sus coincidencias -culto por el Estado, desprecio a las libertades individuales e instituciones liberales, apego a la planificación económica, subordinación al caudillo-, los comunistas eran enemigos políticos y debían reeducarse o morir.
El extraordinario Museo Judío de Berlín tiene una belleza sobrecogedora. Ahí se cuenta la cruel historia de una persecución organizada por los cristianos desde el siglo IV, que culminó en el nazismo muchos siglos después. En la galería de las ‘Hojas caídas’, Shalekhet, uno camina sobre rostros de metal desfigurados por un rictus doloroso, del tamaño de platos, cuyo ruido transmite la punzante agonía intermitentemente padecida desde entonces por los hebreos.
En su afán de no olvidar, los alemanes dejaron en las calles el trazado del muro levantado por los comunistas para impedir la huida hacia Occidente. A veces esa huella coincide con placas de metal incrustadas en el suelo que recogen los datos de judíos asesinados por los nazis, cercanas a las de los alemanes asesinados por los comunistas cuando trataban de escapar. Dios cría a las víctimas y ellas se juntan. Lo mismo sucede con los criminales.
La Stasi, la cárcel de la Policía política comunista, sucesora de la Gestapo nazi, a la que tanto se parece, está abierta al público. Me la enseñó uno de sus guías: el cubano-alemán Jorge Luis García Vázquez, humilde y brillante, quien la conoció como preso político y hoy se dedica a mostrarla y a recopilar información sobre las relaciones entre este monstruoso cuerpo represivo y sus camaradas del mundo entero. Cuando García Vázquez, en la Alemania comunista, fue deportado a Cuba porque descubrieron que pensaba fugarse, comprobó que la cárcel de la Isla era un remedo de la alemana. La Stasi era la madre y maestra de la Seguridad del Estado cubano.
“Nunca más”, es el grito de las víctimas del siglo XX en todas partes. “Nunca más”, les responden los berlineses. No quieren olvidar. Hacen bien.