El martes amanecimos con la noticia de que Correa, al mes de haber concedido asilo a Julian Assange, ordenó lanzar la Operación Hotel para proteger y espiar al huésped, a sus visitantes y a la policía inglesa que lo vigilaba. La segunda noticia fue que la Comisión de Inteligencia del Senado de EE.UU. concluyó que Putin y Wikileaks interfirieron en las elecciones contra la demócrata Clinton.
Al día siguiente, la Cancillería ecuatoriana subió a Facebook una foto de Espinosa y el canciller ruso en una sesión de trabajo; en lugar de explicar en la Asamblea Nacional su deplorable papel en la frontera norte, la canciller había volado a Moscú para amarrar su elección. Por si fuera poco, en la noche aparecía Correa en RT, el canal de propaganda rusa, anunciando la segunda temporada del programa en el que defiende y difunde, con la sonrisa cínica de siempre, las aberrantes tesis que condujeron al Ecuador al foso económico del que intentamos salir.
Salta a la vista el denominador común de las cuatro noticias: Rusia. O, con mayor precisión, la red de colaboradores y simpatizantes que ha montado el Gobierno de Vladimir Putin para llevar adelante esa política internacional donde, la verdad sea dicha, el ex agente de la KGB es un auténtico maestro que se da el gusto de manipular las elecciones norteamericanas y boicotear a Europa, al tiempo que reparte caramelos a políticos de países insignificantes que padecen delirios de grandeza.
Porque fueron esos delirios los que hicieron que la embajada en Londres se ofreciera como refugio a Assange, quien era una celebridad desde que los principales diarios del mundo habían publicado los mails del servicio exterior de EE.UU. proporcionados por Wikileaks. Pero, curiosamente, la Justicia no lo buscaba por sus filtraciones sino por sus posiciones e imposiciones en las camas escandinavas. De inmediato, Assange montó un sistema para intervenir las comunicaciones de sus anfitriones y continuar intrigando a favor del Brexit, de Trump y de la secesión de Cataluña. Además, convirtió a la embajada en su oficina de relaciones públicas, donde lo visitaban hasta agentes de Moscú.
¿Ayudó el asilo del famoso hacker a que Correa proyectara la imagen internacional de defensor de la libertad de expresión y un líder capaz de desafiar a Washington al estilo de Hugo Chávez? Sí, por un rato y sin perjuicio de que, puertas adentro, su Servicio de Inteligencia espiara y acosara a periodistas y opositores, e intentara secuestrar en Colombia a Fernando Balda.
Luego, su delfín, la canciller Espinosa, hizo el ridículo cuando pretendió engañar a los británicos con la cédula ecuatoriana de este espía prorruso que conspiraba desde la embajada contra EE.UU. y la Unión Europea. Pregunta: ¿eso nos convierte en aliados o en tontos útiles de Moscú?