Si hay algo que encuentro exasperante al límite es la sistemática -y ya normal- forma en que el Gobierno nos trata a los ciudadanos como si fuéramos tontos. ¿En serio tenemos tanto la cara?
Puede que en el pasado no hayamos estado finos en nuestras decisiones electorales -caímos en engaños, como la masa de votos que se consiguieron con la falsa promesa de preservar el Yasuní- y que nuestra paciencia sea tan estoica que pueda confundirse con lentitud y aturdimiento. Pero lo aseguro, no somos tontos.
Sí somos capaces de distinguir enmiendas y reformas constitucionales. Tenemos de sobra las facultades para saber que el tosco encubrimiento como enmiendas de verdaderas reformas nos quitó al pueblo una potestad de tomar decisiones que soberana y constitucionalmente nos corresponde. No somos tontos.
Sí tenemos la cabeza suficiente como para detectar maniobras grotescamente simples y traperas como es que se convoque a la Asamblea a las 07:00 para debatir las enmiendas y casualmente en plenas fiestas de Quito. En serio, sí nos damos cuenta, no somos tontos.
Sí tenemos la inteligencia -aunque los organismos de propaganda no la prevean- para calificar un debate como justo y equilibrado. Podemos distinguir cuando la competencia está desnivelada, y diferenciar un evento académico real de un intento elaborado por hacer una cuña publicitaria. Nos dimos cuenta en la diferencia de tiempo atribuido a los participantes. Ver eso no es tan difícil, no somos tan tontos.
Sí nos molesta que nos vean la cara y nos hablen altisonantemente de “espíritu de excelencia” cuando la Presidenta de la Asamblea no tenía título universitario. Y no somos tan simples como para celebrar su nuevo diploma. La persona que ejerce uno de los trabajos más exigentes del país se dio el tiempo de sacarse una carrera universitaria. ¿Acaso la Presidencia de la Asamblea es un trabajo a medio tiempo? Tenemos la capacidad mental para entender los cargos esenciales y la cantidad de esfuerzo y empeño que requieren, no somos tontos.
Sí podemos ver -porque además es demasiado evidente- cuando la Asamblea no es un órgano deliberativo y es un simple ejecutor de órdenes. No se nos escapa cuando nuestros supuestos representantes en el Legislativo no operan libremente sino bajo una estricta disciplina partidista. No se nos puede embutir la mentira de la separación de poderes. No somos tan ilusos, no somos tan básicos, no somos tan tontos.
En el país que quisiera vivir, los poderes públicos contarían con la inteligencia de los ciudadanos como su primer aliado, como el motor para el progreso, como el capital más importante de la nación; se apoyaría en esta materia gris para alcanzar nuevos horizontes de progreso. Aquí nos tienen de tontos, y no lo somos.
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