La tolerancia, de acuerdo al Diccionario de la RAE, es el “respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias”. Quien tolera, dice Giovanni Sartori, tiene ciertas creencias y principios que considera correctos, pero al mismo tiempo acepta y permite que otros tengan otras creencias, aunque las considere equivocadas.
Ahora bien, ¿se deben tolerar todas las ideas? El mismo Sartori determina tres criterios que nos podrían servir como guía: El primero, que siempre debemos dar razones válidas y fundamentadas en hechos y datos para encontrar algo intolerable, evitando el dogmatismo; el segundo, que no podemos tolerar comportamientos que impliquen un daño (harm principle); y, el tercero, la reciprocidad, es decir, si somos tolerantes, esperamos ser tolerados.
Los ecuatorianos, lamentablemente, somos muy poco tolerantes con las creencias y valores ajenos, y las batallas campales que se arman en Twitter o Facebook dan cuenta de ello. Así, nuestros niveles de intolerancia política, es decir de intolerancia al disentimiento, son muy altos y, de acuerdo al último Barómetro de las Américas del Latin American Public Opinion Project, en un 50% pensamos que a quien está en contra del gobierno o del sistema político imperante, no debiera permitírsele expresar su opinión, manifestarse o incluso votar en las elecciones, situación muy preocupante, puesto que, de acuerdo con Mitchell Seligson, cuando existe una alta intolerancia política la democracia puede estar en riesgo.
Pero no sólo la intolerancia política es alta, también lo es nuestra intolerancia hacia las personas, peor si son diferentes, si son personas que viven su vida de forma distinta a la que nosotros consideramos la “correcta”. En la última Encuesta Mundial de Valores, que estudia los valores de la gente y su impacto en la vida social y política, encontramos que más del 30% de los ecuatorianos rechazamos vivir cerca de personas de raza distinta o de inmigrantes y extranjeros, cifra que alcanza casi el 40% cuando se trata de vivir cerca de homosexuales. Esta intolerancia va de la mano con la poca confianza interpersonal que tenemos los ecuatorianos, que en un 93% no confiamos en las personas que no conocemos, y menos en quienes piensan o son diferentes, como los inmigrantes y los extranjeros.
De esta forma, si usted se pregunta por qué sus opiniones son objeto de agresivos ataques o descalificaciones o por qué hay tanto rechazo al matrimonio igualitario o la migración venezolana, por ejemplo, ya sabe que es porque somos un país altamente intolerante y si es de aquellos que piensan que los homosexuales no se deben casar o que se debe evitar que sigan llegando refugiados venezolanos, probablemente es parte de quienes hacen intolerante a este país.