Títulos chiviados
Una frase elocuente del diálogo entre personajes de Chespirito es “Dígame Licenciado”. Siempre se la pronuncia en un contexto de ambigüedad en el que no se sabe a ciencia cierta si es respuesta o petición comedida. Y la contestación, que es siempre la misma: “Licenciado”, produce invariablemente una satisfacción inmensa en aquel al que se atribuye el calificativo. A tal punto que el “gracias” viene acompañado del un suspiro que sale del alma.
El diálogo como que destapa cada vez y cuando uno de los más ocultos deseos de la gente, que tiene una gana inmensa de distinguirse del resto por el título. Antes eran los títulos nobiliarios los que hacían a las personas distintas y superiores. Ahora muchos creen que eso se consigue con un certificado profesional o un grado académico.
Esta obsesión social por los títulos es ya vieja en América Latina y en nuestro país, pero en los últimos años ha recrudecido, a tal punto que se llegaron a montar “universidades” que eran ferias de títulos de todos los precios. Felizmente, buena parte de ellas ya están cerradas, aunque todavía viven cínicamente algunas.
En este Gobierno ha habido una genuina preocupación por el nivel académico y se han tomado varias medidas para elevarlo. Pero también se han adoptado otras que ponen en peligro la calidad de todo el sistema. Hay una suerte de fetichismo del PhD, como lo he calificado, que ha llevado a una carrera loca por buscar doctorados en el exterior, buena parte de ellos de pacotilla. Hay una “lista” o calificación universal de instituciones superiores de toda la tierra que hacen unos burócratas del Gobierno por mandato infeliz de la Ley, y que complicará cada vez más un genuino proceso de reconocimiento de titulaciones extranjeras.
No debemos absolutizar los títulos. Estos valen solo cuando corresponden a una calificación intelectual genuina. No son un fin sino un medio. Cuando no es así y se consideran sobre todo un requisito, la gente se siente tentada a obtener títulos chimbos, bien sea que fueran falsificados u obtenidos en instituciones que se dedican a comercializarlos.
El presidente de la República hizo un papelón al defender a cada rato el título chiviado de su primo, en vez de preguntar a los que saben antes de hablar. Más bien que anunciar responsabilidades y sanciones que nunca vendrán, debe convencerse de que los grados y tít+ulos académicos no son requisitos o mecanismos de control administrativo. Son expresiones de calidad que deben alentarse, fomentarse y apoyarse, sin hacer de ellos instrumentos de manejo institucional. Si se sigue tratado de hacer de los grados y títulos, sobre todo los doctorales, patentes de reparto burocrático, siempre habrá gentes que como su ahora vapuleado colaborador y primo, busquen falsificarlos u obtenerlos en instituciones que los venden.