Batuta en mano y con pasos lentos, entró al escenario de la Casa de la Música. Saludó al público con un par de venias, luego estrechó la mano del concertino y se dirigió al atril para dirigir una de sus obras: ‘Poema sinfónico Rumiñahui’, escrito en honor al guerrero indígena.
Una pieza de un poco más de 15 minutos, en la cual resaltan tonalidades precolombinas. Nunca la había escuchado y a ratos me pareció notar la influencia rusa del director que estudió por más de una década en Moscú.
Tras un intermedio no muy largo volvió al escenario, pero ya no estaba el atril en su puesto, tampoco las partituras de la obra que venía a continuación: Sinfonía número 1 (Titán) de Gustav Mahler (1860-1911).
Pese a que se trata de una de las obras más complejas del repertorio clásico y sinfónico, Álvaro Manzano se la conoce de memoria, no necesitaba de la partitura, pero sí de una enorme concentración y de una conexión perfecta con los músicos de la Orquesta Sinfónica Nacional del Ecuador (OSNE).
Difícil y dramática desde un comienzo porque en los primeros cinco minutos los instrumentos de viento son los únicos protagonistas. La primera sinfonía que compuso el músico bohemio prácticamente rompió todos los moldes que hasta entonces se conocían en ese género musical.
La idea de que una sinfonía debe ser como el mundo, que abarque todo, Mahler la aplicó en sus obras, especialmente en la primera, con episodios de lo exaltado a lo idílico y del cielo al infierno.
Flautas, oboes, clarinetes, fagotes, trompetas, trombones, tubas son preponderantes en esta obra. Solo después de esos tensos cinco minutos comienzan a aparecer los violines, violas y contrabajos y más tarde la percusión que, en el caso de la OSNE, es siempre sobresaliente. Es una obra que tiene grandes contrastes sonoros, especialmente en el movimiento final.
Una vez más la Casa de la Música se llenó para ver y aplaudir a Álvaro Manzano. Lo hizo con un respeto absoluto hacia un músico que, por mucho tiempo, dirigió y enalteció a la Orquesta Sinfónica Nacional, la más antigua del país.
Talvez a modo de observación respetuosa lo único que me pareció extraño fue la pausa entre el tercero y el cuarto movimientos. En otras versiones que había escuchado, casi no existe esa pausa porque la orquesta entra con fuerza para ejecutar ese movimiento que se inicia con un inesperado golpe de platillos, que Mahler comparó con el estallido de un trueno en medio de la tormenta.
Sin partitura, con la batuta y con sus manos el maestro controló todos los ritmos o cadencias, los 90 músicos respondieron con un perfeccionismo extraordinario. Como haciendo honor al nombre que el mismo Mahler puso a su obra, Álvaro parecía un titán en el escenario. Al final vino la ovación, el maestro no podía controlar su emoción, se llevó su mano al corazón, que esa noche latía con fuerza.