Yo era un tipo raro, tan raro que conocía a Rafael Correa antes de que sea ministro de Finanzas. Era de los pocos que sabía que él era un peligro. Y nadie me creía.
Era el año 2004, cuando el Ecuador negociaba un tratado de libre comercio con los EE.UU. y donde típicamente se organizaba debates con economistas, tanto a favor como en contra de ese acuerdo. Este articulista estaba a favor y ya se imaginarán quién se oponía y, por lo tanto, con quién tuvo que debatir varias veces.
Y él siempre era lo mismo: hábil en el manejo de la palabra, muy hábil distorsionando datos, brillante en el uso y abuso de las falacias y siempre despreciando las reglas del debate.
Y cuando se preguntaba a los medios por qué le daban tanto espacio a un ignorante, la respuesta siempre era “es que es una persona joven, con ideas nuevas y muy preparado”.
Y cuando se preguntaba a cierta universidad por qué lo tenía en su plantilla de tiempo completo, la respuesta incluía “y popular con sus alumnos”.
En abril de 2005, luego de un golpe de Estado, lo nombraron ministro de Finanzas y su primera decisión fue destruir los fondos de ahorro petrolero.
A esas alturas, debió haber sido obvio que era una amenaza para el país, pero mucha gente y muchos medios estaban encantados porque tenía “ideas nuevas”.
Esa persona había destrozado el futuro del Ecuador al abrir las puertas para que se despilfarren los ingresos del petróleo, pero la gente seguía sin verle mal.
Desde el ministerio estuvo en contacto con Chávez, pero eso tampoco molestó. Su bravucona salida de esa institución fue vista como positiva porque era “joven, con ideas, etc.” Las élites no encendieron las alarmas al ver esta barbaridad económica, los medios siguieron enamorados de este “joven” tan entrevistable.
Recuerdo la portada de enero 2006 de una revista ya desaparecida, con un primer plano de Correa y el título “¿Correa presidente? El outsider”.
Recuerdo las incontables veces que un famoso entrevistador lo llevó a su programa de TV, siempre presentándolo como alguien “muy preparado”, cuando lo único que había hecho era destruir la posibilidad de que el Ecuador rompa su dependencia del petróleo a través del ahorro.
Casi todos en “las élites”, “los medios”, “la gente culta” lo apoyaron y cuando llegó a la presidencia en 2007, a nadie le importó que destituya al Tribunal Constitucional y a la mitad de los diputados porque eran “caducos, de la partidocracia”.
Así, sólo el 12% votamos en contra en la consulta de abril de ese año que desató la constituyente y el desastre posterior.
Hoy, los que le apoyaron en esa época estarán arrepentidos.
Buena cosa, pero ¿cómo asegurarnos que no vuelvan a enamorarse de otro ser nefasto?