El tío Benjamín

Solo habían pasado cinco días después de que el tío Benjamín cumpliera la notable edad de 95 años, cuando le visitamos en la que resultó la última visita dentro de su casa de Tumbaco. No obstante que había experimentado las más recientes semanas varias crisis de su salud, la verdad fue que esa ocasión el ambiente pareció más bien optimista y esperanzador.

La lucidez mental de Benjamín no había sufrido mengua alguna. Junto con una de sus hijas y varias de las nietas, se refirió a los comentarios de sus médicos; no dejó de aludir al juego de naipes del cuarenta, que siempre había sido su favorito; cuando mi esposa Margarita y yo le relatamos la reciente graduación de uno nuestros hijos como abogado, no ocultó su contento y mencionó al joven como “su colega”.

Y sin embargo, una quincena después, a las cuatro de la mañana, ocurriría su sentido deceso. Al hacer la evocación del tío Benjamín, son muchas las cualidades que saltan a la vista, pero acaso entre ellas su cálida humanidad, el sentido de servicio colectivo, la rectitud y la modestia identificaron mejor a quien estaba tan lleno de merecimientos.

De hecho, el tío Benjamín ocupó funciones que le singularizaron de manera nítida entre los ecuatorianos. Por ejemplo, desde su juventud desempeñó el Ministerio de Gobierno al enfrentar coyunturas de extrema complejidad, ya en la segunda presidencia del doctor Velasco Ibarra; también en la administración del Dr. Mariano Suárez Veintimilla, quien salvó la constitucionalidad dentro de momentos de extremo peligro, y en el período del Dr. Otto Arosemena Gómez, cuando el país trataba de volver al pleno ordenamiento jurídico, luego de larga dictadura cívico-militar.

En todos esos trances, sorprende la habilidad del desempeño y el admirable equilibrio entre el ejercicio de la autoridad y la búsqueda de la transacción y la tarea de ‘amigable componedor’, tan propias de su temperamento y su inclinación realmente vocacional.

Y lo mismo cabe reconocer en el testimonio de una dilatada carrera, tanto en la diputación, el Concejo de Quito, el Consejo de Pichincha, la personería de los organismos electorales, la promoción de entidades cívicas, cuanto en la colaboración con organismos culturales e incluso durante años más próximos, el desempeño de la Contraloría de la Nación.

Y si se atiende a las entidades profesionales como el Colegio y la Academia de Abogados, para los estudios de la especialidad, y hasta las reflexiones de índole testimonial, como una autobiografía que él mismo compusiera y el voluminoso libro que, bajo el título de ‘Los Varea’, encontró en el personaje al más entusiasta conductor de los trabajos que, semana tras semana, fueron indispensables a fin de coronar la iniciativa –ejemplar y orientadora– de un amplio grupo familiar que ha contribuido a través de múltiples ámbitos para el progreso integral del Ecuador.

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