Una distinción necesaria

Ni siquiera el más acérrimo enemigo del socialismo pudo hacerle tanto daño como le han hecho los audaces populistas encaramados en los gobiernos de varios países de nuestra América en nombre del llamado Socialismo del siglo XXI. Sus lenguaraces caudillos jamás leyeron ni una línea de Heinz Dieterich, el notable sociólogo alemán cuyo libro “La aldea global”, escrito en colaboración con Noam Chomsky, debe ser leído con cuidado. Sus ideas no son de mi entera simpatía, pero en homenaje a la verdad debo decir que nunca propuso la creación de autocracias y mucho menos el empleo de mecanismos corruptos para amasar fortunas de dimensiones inauditas. Confundir esos gobiernos con el autor de 30 libros es deplorable: no solo la gente común que se siente engañada, sino incluso muchos intelectuales que se suponen informados, no han cesado de lamentar los desastres de la economía y la ruina de las instituciones democráticas, achacándolas a un socialismo que estuvo y está muy lejos de haber tenido parte en tales gobiernos.

Es cierto que Dieterich asesoró en sus comienzos al comandante Chávez, porque creyó ver en Venezuela las posibilidades de trasladar a la práctica sus elaboraciones teóricas; pero también es cierto que se separó de él ya en el año 2007 y se convirtió en un acervo crítico del proceso venezolano, cuyas actuales figuras dominantes han sido blanco de muy duros epítetos pronunciados sin piedad por el sociólogo alemán. Hay que imaginar cuánta indignación debe causarle el hecho de que su concepción de un transcapitalismo llamado a llenar el vacío que se creó en el mundo por el fracaso del modelo estalinista, haya sido usada y abusada sin pudor para cohonestar nefastas dictaduras.

En efecto, ninguno de los países que han tenido la desdicha de caer en la trampa de los recientes populismos, entre los cuales estuvo también en Ecuador, han escuchado una sola propuesta de sus gobiernos que vaya más allá del asistencialismo en lo económico y de la socialdemocracia en lo político; pero han sufrido por las políticas nazi-fascistas que reducen la riquísima variedad social a un esquema elemental: amigo/enemigo, patriota/traidor, revolucionario/reaccionario, pueblo/pelucón. Tales políticas han logrado dividir profundamente a la sociedad de cinco o seis países, donde la vigilancia, el espionaje y la delación han sido mecanismos del poder, que ha suprimido además la libertad de expresión y el derecho a disentir.

No, nada tienen que ver con el socialismo tales regímenes corruptos, pero decirlo no implica defender sin más las tesis de Heinz Dieterich. Pienso que hay que reconocer su importancia, pero hay que dar a cada quien lo que le corresponde. Las dictaduras no tienen ni tuvieron ideología ni principios: el socialismo se ubica en su orilla opuesta y todavía espera su hora porque hasta hoy no se ha realizado en ninguna parte del mundo, aunque su nombre haya sido manoseado tantas veces.

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