Dos paredes que se van cerrando, al fondo un símbolo, que atrae, pero al que no puedo llegar porque en la nítida blancura del espacio hay un imponente piano de cola, esperando a la pianista, que corta el natural impulso de la curiosidad y de sobrepasarlo. Un túnel blanco que, aunque no sé por qué, abre los sentidos, invita y a la vez repele. Será por la llenura del impoluto espacio tan diferente a la ciudad de la cual acabo de salir, sus sonidos estridentes, contaminación visual, los apuros y correrías. El puñado de gente, desgraciadamente no más, por ignorancia de a lo que se van a enfrentar o, por no darse el tiempo del disfrute del arte en sus nuevas formas, esperamos por el performance, que a todos inquieta: curiosos, ansiosos por presenciar el arte de la cual no nos arrepentiremos.
Paulina von Peters se sienta al piano, el resto nos acomodamos como podemos. Suena la primera nota y las sensaciones inician un sobresalto al ritmo de una obra de Sibelius, que fue censurada porque se convirtió en un himno de la oposición a la ocupación y a la censura ejercida por el Imperio Ruso en la Finlandia ocupada, originalmente presentada en una celebración de la prensa, un acto de protesta encubierta, El Impromtu Op. 26. Diez minutos de silencio, no obligado sino sentido, de concentración absoluta con los ojos cerrados y el cuerpo abierto a las sensaciones. Luego, los aplausos y finalmente, en el normal desorden humano, el caminar escuchándose a sí mismo para el descubrimiento de aquello que pensamos es un sello, un jeroglífico, allá donde el túnel se cierra más, para encontrarnos de frente a un metal que forma la pregunta que seguramente más nos hacemos los seres vivientes: ¿Tienes miedo?
Una parálisis recorre el cuerpo y la pregunta realizada, en colaboración, por Manuela Ribadeneira, artista plástica de largo recorrido, y Nelson García, músico por excelencia, se mete en las entrañas para obligarnos a un redescubrimiento en lo más profundo. Pensativos, tratando inútilmente de reinventarnos en segundos para respondernos, el silencio, su presencia inaudible nos acompaña mientras internamente nuestra mente y sentimientos se desbocan recordando la música que ya llenó el espacio, para salir del túnel envueltos en nosotros mismos y comenzar un conversatorio que intente aclarar si tenemos o no miedo. Y, aunque personalmente pienso que el miedo es un paralizante, descubro en la artista, Manuela, una nueva forma de sentirlo e intentar vivirlo: “El miedo me permite actuar, haciéndome salir de mi estructura, para llegar más allá, para buscar nuevas formas y soluciones. La valentía para enfrentarme a lo desconocido y luchar por lo que es mío, mi expresión libre de todo control”.