La política chilena puede, en ocasiones, ser muy fluida, pero para que ello ocurra, el actual oficialismo tiene que enriquecer su discurso y aumentar los niveles de profesionalismo.
Luego de la alta participación en las primarias del domingo pasado, va a ser difícil sostener que hay una crisis de representatividad en Chile. Es cierto que se estaba decidiendo sobre los candidatos presidenciales de los dos principales bloques políticos del país, pero los poco más de tres millones de votantes que asistieron a las urnas no estaban en los cálculos de nadie. Eso sugiere que ambos conglomerados siguen apelando a los electores tanto como en el pasado. Las movilizaciones del último tiempo plantean un reto para ambas coaliciones, pero la población, más allá de los cuestionamientos que les hace, no está disponible para reemplazarlas por la equívoca ilusión de la calle o de las asambleas constituyentes.
Por cierto, esta situación estuvo influida por la capacidad de convocatoria que logra Michelle Bachelet, y también por la diversidad de opciones que ofreció el pacto Nueva Mayoría. Había similitudes en las propuestas programáticas, pero también diferencias importantes, que motivaron a los votantes tradicionales de esa coalición y a otros más moderados, que incluso parecen haber abandonado su hábitat natural más cercano al actual oficialismo.
En contraste, como era lógico, los dos candidatos de la Alianza no mostraron mayores diferencias y apelaron a un votante tradicional cuyo estereotipo no parece ser el único votante de centroderecha.Que la participación del electorado de la centroderecha haya sido inferior a la del pacto opositor era esperable, atendida la menor politización que lo caracteriza, pero también deja entrever la escasa capacidad de los candidatos de convocarlos, quizás porque apelan en exceso a ese estereotipo. Los partidos aliancistas no parecen conocer a sus propios votantes muy bien. Las sociedades modernas y globalizadas son más complejas, y el votante espera un mensaje acorde. Allamand hizo un esfuerzo programático pero muy focalizado. Los candidatos de la oposición, en cambio, levantaron propuestas más sofisticadas, independientemente de que varias de ellas sean cuestionables.
Esta realidad parece dejar en evidencia una falta de profesionalismo en la forma de llevar adelante la política en los partidos oficialistas. Esto se notó con especial claridad en los discursos y actuaciones de Allamand y Longueira en la noche del domingo: poca profundidad y escasa apelación, si alguna, a los ciudadanos. Los políticos se deben a los electores y deben representarlos apropiadamente. Lo que se vio esa noche fue más bien una serie de reflexiones dirigidas a los más cercanos, en vez de a las personas que habían votado por ellos, o a aquellos que no tienen decidido por quién votar en noviembre próximo. Son oportunidades, además, en que mucha gente está atenta a las palabras de los candidatos y con una cobertura televisiva y de los demás medios que es difícil de obtener en otro momento. Deben aprovecharse para convocar y transmitir ideas políticas relevantes. En la oposición, en cambio, los actos y palabras fueron mucho más cuidados y revelan preparación en vez de improvisación.
Las primarias ratificaron el favoritismo de Bachelet, pero aún hay muchos votantes que no han manifestado opinión,