Alarma para México esta semana y para toda Latinoamérica. El más taimado de los populistas del siglo XXI, el mexicano Andrés Manuel López Obrador, decidió acabar con la democracia, tomarse la justicia y dejar como herencia a su protegida Claudia Sheinbaum una dictadura perfecta.
Primero consiguió que el Tribunal Electoral le regale a su partido una sobrerrepresentación legislativa para presentar en las dos Cámaras un proyecto de reforma judicial. El miércoles pasado el Senado aprobó la reforma en horas de la madrugada y con votos comprados. Pocas horas después tenía la aprobación de la reforma constitucional en el Congreso de 17 Estados.
La reforma plantea que los jueces sean elegidos mediante voto popular, crea un Consejo Disciplinario Judicial y reduce el número de magistrados. Así se construye una dictadura con apariencia democrática porque ofrece al pueblo la ilusión de que tendrá los jueces que quiera.
Si el gobierno ha perdido el control de un 30% del territorio, según fuentes militares de Estados Unidos, la reforma equivale a darle una puerta de entrada al narcotráfico en el poder judicial. De nada sirvieron la prevención de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, el peligro para el Tratado de Comercio con Estados Unidos y Canadá o el paro de trabajadores judiciales.
Hasta que se realicen las elecciones de los nuevos jueces habrá renuncias, protestas, acumulación de casos y los narcotraficantes empezarán a reclutar candidatos de su agrado. La seguridad jurídica se irá esfumando y con ella las inversiones. Cuando el populismo tenga el control total aplicará la máxima de Perón: al enemigo, ni justicia.
La corrupción innegable entre los jueces sirve de justificación para estos desmanes que nos regresan a la barbarie. Si el populismo gana las elecciones, como en Venezuela, entregando los resultados sin contar los votos, y después se toman todos los poderes en nombre del pueblo que le ha dado la victoria electoral, la democracia no tiene salida.