Paradójico: la primera democracia del mundo impulsada por la Revolución Francesa (1789) derivó en una dictadura sangrienta en nombre de la virtud y del bien común. La fracción jacobina dirigida por Robespierre instauró “el terror” (1793-1794). En este periodo murieron miles por orden del poder. Pasaron por la guillotina, monárquicos y no monárquicos, Luis XVI y 40 000 franceses.
La muerte en público desató la demencia colectiva. Las ejecuciones se transformaron en espectáculo. La multitud anhelante de sangre se congregaba a presenciar cómo rodaban las cabezas. Desatado el incendio de la violencia fue difícil detenerlo. En algún momento, el fuego cambió de rumbo y se vino contra los incendiarios. Robespierre y los suyos terminaron también en la guillotina. Se cumplió ese adagio popular que siempre deberían recordar los poderosos: “Con la vara que mides, serás medido”.
Los jacobinos encabezaron una revolución portadora de altos ideales: libertad, igualdad, fraternidad, derechos del hombre. Decidieron consolidarla a costa de todo, incluso renunciando a algunos principios. Robespierre en sus orígenes era un opositor de la pena de muerte, luego cambió. Creyó necesaria la muerte de unos para afirmar el cambio. Estos líderes revolucionarios bien intencionados se transformaron en despiadadas máquinas que imponían sus ideas.
Rodrigo, el autor de la reseña del libro ‘El terror’ del inglés David Andress señala: “la radicalización de la dinámica revolucionaria conllevaba la supresión despiadada de todo lo que impedía la consecución del bien común; exigía el exterminio de los opositores. En palabras de Saint-Just, no cabía duda de que «aún no era tiempo de hacer el bien».
Lo que estaba en curso era el disciplinamiento y la regeneración de una sociedad con vistas a encarrilarla en la única senda que prometía la felicidad para todos. La disidencia no podía ser entendida sino como una excrecencia maligna, un tumor que debía ser extirpado del cuerpo social”. Para Robespierre “la revolución, en general, estaba dominada desde el principio por una casi enfermiza, muy roussoniana obsesión por la unanimidad, un horror a los particularismos… El Terror representó una extrema justificación de medios mortíferos al servicio de fines presumiblemente inobjetables”.
La experiencia histórica del Terror evidencia antiguos problemas: la relación entre fines y medios en la política; el uso por parte del poder del miedo y la persecución para sostenerse; el dogmatismo; la participación.
Aunque lejos del Terror jacobino, peligrosamente se profundiza la intemperancia política. Preocupan los casos de Bonil, Martha Roldós, Juan Carlos Calderón, Cléver Jiménez y Fernando Villavicencio. Sin embargo, todavía es hora de parar, aprender de la historia y trazar las rutas del diálogo y la tolerancia.