No se puede leer el conflicto de Ucrania sin tener en mente la anexión irregular de Crimea por parte de Rusia en el 2015. Posiblemente hayan sido los malos liderazgos de aquel momento, lo cierto es que la comunidad internacional casi no puso resistencia. Y, de facto durante los últimos 7 años la vida de esos territorios han transcurrido como si fueran naturalmente de Rusia.
La invasión de Rusia a Ucrania – para ganar territorio y posesionar a Putin a la altura de Catalina la Grande– ha ido pésimo. Las fuerzas militares rusas son el hazmerreír de la comunidad internacional. ¿El motivo? La corrupción.
Las llantas de los camiones de guerra, con sobreprecio, eran inapropiadas para el terreno, todo el sistema de aprovisionamiento se cayó. Los paquetes de comida para los soldados – contratos irregularmente dados a corruptos del gobierno – estaban caducados. Los soldados muertos de hambre, debían buscarse su propia comida. Y así sucesivamente.
Ante ello, el ejercito ucraniano, mejor equipado con mejores armas y apoyo internacional ha recuperado porciones enormes de territorio. Incluso se especuló que podrían recuperar la península de Crimea, perdida en el 2015.
Putin contra las cuerdas tenía que sacar un conejo de la chistera. La estrategia es ridícula, pero es una historia que parece permitirles a los rusos el uso de la bomba nuclear. En los pocos territorios que les quedan de la invasión, celebraron un sainete de referéndum. Se consultó al pueblo ucraniano si querían ser parte de Rusia. Se reportó que los soldados apuntaban a los votantes con sus armas mientras sufragaban. ¡Así quien no gana un proceso! ¡Con los votantes apuntados por armas!
Aquí está el meollo del asunto, el referéndum no tiene ningún valor jurídico a efectos de derecho internacional. Pero la historia de que el territorio ruso está siendo atacado le permite a Putin amenazar con la bomba nuclear. Ojalá el sistema nuclear ruso también este contaminado con corrupción.